jueves, 17 de febrero de 2011

Justificarse con gritos

Cada uno a lo suyo. El que trabaja, a producir lo que puede y más, no se rompa el cable que le sustenta y le deje colgado. El que busca trabajo, a penar ante el INEM, la empresa más inútil del Estado, a ver si cae algo. El jubilado, a sacar las cuentas de su miseria. El universitario, a estudiar y estudiar sin saber bien el por qué y el para qué, que las perspectivas son asaz desalentadoras. El que tiene de sobras, a pulírselo pero piano lantano, sin tanta alegría como antes, que en menos que canta un gallo se puede quedar limpio. Y el que no tiene, a buscarlo por las buenas o por las malas. Todo dios peleando contra el mundo que han creado unos cuantos, con su avaricia y/o su torpeza.
Bueno. Todo dios no. Los mismos que han originado el caos, desarrollan su papel, hacen como que no se enteran, como que con ellos no va el lío, y se enfrascan en su juego favorito. Yo te insulto, tú me insultas, eres un chorizo, pues tú más, mira la mierda que enfanga tu partido, mira la ciénaga en la que nadan los tuyos, os lo habéis llevado calentito, a vosotros aún os quema en los bolsillos, tienes las manos sucias y la conciencia corrupta, pues para los que te acompañan ya no hay sitio en las cárceles. Posturas de cara a la galería, defensas hipócritas de la honradez. A mí me enoja y me aburre; entre la supuesta (aún por constatar) culpabilidad de Camps, el vergonzoso atraco ya demostrado en Andalucía con los ERE (¿por qué Griñán rechaza una investigación del Parlamento?), el presunto fraude electoral de Melilla, el deleznable soplo del Faisán y demás heridas recientes de nuestra democracia, el debate sobre la crisis económica ha sido sustituido por un mercadillo. Mientras la gresca luce espléndida, Mariano Rajoy busca poner en evidencia los cambios de criterio de José Luis Rodríguez Zapatero sobre la economía, pregunta sobre los giros del Gobierno, y el Presidente, para explicar sus bandazos, sentencia con un "La economía no permanece quieta". Frase que pasa a convertirse en la única verdad que ha dicho en los últimos años y solamente matizable, a modo de explicación, indicando la dirección en la que camina, de morros hacia la nada, precipitándose en caída libre.
Estos grandes hombres y mujeres sólo temen por que el club privado al que pertenecen sea invadido por la lógica, la razón y la honradez, y ellos y ellas acaben de patitas en la calle, cuando no dando explicaciones delante de una toga. Y por eso escenifican, actúan, venden imagen y pulcritud, estafan a la opinión pública con sus trucos y embustes, pretendiendo aparecer como necesarios e insustituibles.
Y, entre nosotros, la realidad es bien distinta. Son empleados nuestros, gente que debería trabajar para nosotros, protegernos, velar por el bienestar común y producir para el beneficio colectivo. Pero no cumplen con su cometido, se han apropiado de la empresa, han blindado su posición y se han enquistado de tal manera que no hay forma humana o divina de quitárselos de encima. Seguirán con su farsa mientras el resto nos mataremos por sobrevivir. No me gustan ni el juego, ni las reglas ni los jugadores. No me gustan nada.

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