domingo, 30 de mayo de 2010

Algo personal

No sabe. No sirve. No vale. Cada vez que abre la boca sube el pan. Idea tras idea, no para de meter la pata. Es el rey de la astracanada, maestro en gambadas y un auténtico quiste maligno en nuestros pulmones. Inútil a más no poder, inepto, incapaz. Soberbio y atarantado dirigente, sólo busca perpetuarse, insistiendo en equivocarse sin descanso (la última, lo del crédito a las administraciones locales). Eso sí. Tiene una virtud, algo que le diferencia del resto de los mortales; nadie como él sobre la tierra convierte en escoria todo lo que toca y destruye con mayor celeridad aquello en lo que se involucra.
Que me llamen pesimista: me trae sin cuidado. Estoy seguro, convencido por los acontecimientos del día a día, de que si el que tenemos, el innombrable presidente del desgobierno sigue dirigiendo los destinos del país, éste como tal desaparecerá arrasado, asolado, empobrecido, arruinado, hundido en la miseria. Imposible es que se vaya por su propia voluntad, pues su vanidad le domina. Así que, hasta que no quede piedra sobre piedra, lo tendremos deshaciéndolo todo por ahí.
Creo que todo esto le divierte. Es el dominante, el del cuero negro con el látigo en la mano. Le gusta vernos sufrir, sangrar y retorcernos de dolor. De otra forma no se podría entender. Nadie es tan bobo. Tanto me está amargando la vida que el asunto ya es algo personal. O él, o yo. O él, o los míos. O él, o mi supervivencia. Verle, saber que cobra de mi esfuerzo, que le estoy manteniendo mientras me destruye y que no hay manera de quitármelo de encima, es lo que más me molesta. Es mi empleado y está desguazando mi empresa. Y me lo tengo que comer. No le soporto. Es el rey de los torpes.

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