Tengo curiosidad por observar cómo se van a bajar los sueldos los políticos patrios. No me lo creo. Para el rato que les queda en el ajo, van a rebañar todo lo que puedan. Y si no, tiempo al tiempo. Con un cubo de palomitas y un refresco grande, acomodémonos que el espectáculo promete.
Estarán los que dirán que si en mi administración las cosas se hacen bien, si mi nivel de deuda es tal y no pascual, yo no tengo por qué dejar de percibir lo que levanto todos los meses. A mis funcionarios, que les den para el pelo, pero que a mí que no me toquen un euro.
Serán dignos de ver aquellos que aceptarán el recorte salarial a pecho descubierto, empapándose de populismo y enarbolando la bandera de la moderación y el ajuste. Después, un complemento por aquí, unas dietas por allá, un par de sesiones, tres congresos y ocho reuniones, y a llevarse igual de calentito lo de siempre y algo más, por qué no.
Luego, cómo no, el hombre duro, el rocoso defensor de lo suyo; éste ni acepta ni aceptará que le digan cómo dirigir sus posesiones. El sueldo me lo pongo yo, que para eso soy el que mando. Y mientras esté aquí, nadie me va a decir lo que tengo que hacer. Para chulo, mi pirulo. Así que, a pedir a la puerta de la iglesia (a éste habría que observarle entre bambalinas, escondiendo papeles y triturando documentación, antes de que la justicia le meta mano).
Y luego el asesor. Esta figura merece un capítulo aparte. Emboscado tras el funcionario, este amigo íntimo del que manda, este cuñado del primo de un abuelo del concejal de turno, va a cobrar todos los meses lo mismito que hasta ahora. Porque a éste no le van a tocar el bolsillo, ya que no es ni político ni funcionario. Sólo un miserable vividor.
Así que, lo dicho. Está por ver que un político en España muestre un atisbo de honradez. Soy libre de no creérmelo
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