No tengo el cuerpo para según qué cosas. El fin de semana pasado ha sido felliniano en materia política en la Comunidad valenciana. Por un lado, el baño de popularidad que se ha dado a sí mismo Francisco Camps, obsesionado con mostrarse feliz y dichoso de estar imputado ante sus seguidores, y luciendo concordia y simpatía a quintales. En el otro, en Elche, Zapatero, acompañado por Alarte y por la política mejor pagada de la historia de la democracia española, Leire Pajín, ofreciéndose en mangas de camisa como la gran víctima de la crisis: él, obligado por los acontecimientos, ha tenido que renunciar a sus principios y se ha cepillado de un plumazo años de mejoras sociales y económicas. Pobrecito, digno de lástima y comprensión. Él, el más grande de Europa, el Obama blanco, rendido y derrotado por los socios de la Unión y las finanzas internacionales.
Analizando a ambos, al de los trajes y al compañero de partido de la millonaria, uno se plantea quién de los dos es más impresentable; si el del cohecho impropio o el otro porque no ha hecho lo propio. Pero no pasa nada. Mientras existan las fiestas y los baños de multitudes, ambos seguirán perpetrando sus traiciones y manipulando a capricho las ilusiones y voluntades de los que confiaron en su honradez y capacidad.
A mí se me descompone el alma: no sé ubicarles, no sé en qué círculo del infierno de Dante tendrían cabida ambos, no sé qué ofensa hemos cometido a la divinidad de turno para merecer este dúo de titiriteros gobernantes. Yo no les deseo ningún mal en la vida: sólo me gustaría que, por justicia, recibieran en sus carnes el mal que están cometiendo. Y el que piense que exagero, que se mire el bolsillo y vaya contando calderilla, que billetes cada vez quedan menos, y los que hay ya se los han repartido.
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