Con la que tenemos encima, con el lío que hay montado, sólo faltaba éste. El paladín de los pobres, el gran defensor de la libertad y la democracia, un ejemplo de gobernante por y para su pueblo, el excelso y magnánimo monarca Mohamed VI de Marruecos, ha abierto su insigne boca y, aprovechando que en España la cosa no está para entretenerse con chorradas, ha reclamado la soberanía sobre Ceuta y Melilla. No convendría perder de vista al sujeto y observar con mucha atención sus movimientos, pues el personaje en cuestión no es de fiar. Ha visto el río revuelto y ha lanzado su caña para capturar alguna pieza: algo quiere el pequeño dictador y sabe que por el camino de las amenazas veladas suele conseguir sus propósitos.
Hablamos mucho de Cuba y Venezuela y nos olvidamos que a distancia de remo tenemos una dictadura pegada a las costillas. El amigo de nuestro rey gobierna su país según se le antoja; nombra y destituye a placer al primer ministro y a los miembros del gobierno, puede disolver el Parlamento y convocar elecciones según sus apetitos. Es, además, el líder religioso y el jefe supremo de las fuerzas armadas. Franco a su lado era un aficionado. Y aquí, en España, le reímos las gracias y retiramos la vista ante los desmanes que comete. El Sahara esta ocupado, oprimido por las huestes de este dirigente nazi-islamista, condenado a la muerte y la desolación. Y aquí, le seguimos riendo las gracias. Él, rey totalitario por la gracia de su dios, sultán fascista y opresor, llama ahora a las puertas de un país descompuesto para exigir algo que, de base, debe ser innegociable.
No digo que se desembarquen tropas en Perejil ni que llamemos a la Invencible para iniciar la guerra contra el turco, pero un puñetazo sobre la mesa y un ¿a dónde vas, espabilado? no estaría nada mal. Sería bueno para el sentimiento pararle los pies al Duce del Magreb.
No hay comentarios:
Publicar un comentario