Salvemos Grecia. Despojémonos de todo lo que nos sobra y rasquémonos el bolsillo, que nuestros amigos helenos necesitan nuestra solidaridad. No importa que tengamos el índice de desempleo más alto de Europa, que la educación y la sanidad esté en bancarrota, que nuestra deuda pública esté en cifras de record. Vamos a darles tres mil millones antes de acabar el año, y el resto, hasta nueve mil y pico, en cómodos plazos. Un préstamo de nada al 5% que a buen seguro vamos a cobrar tarde, mal y nunca.
Hay que ser más europeos que ninguno. Ellos están peor que nosotros; sus políticos han arruinado el país, empeñándolo hasta decir basta. Los nuestros, nuestros sabios y doctos dirigentes, han hecho mejor los deberes; nuevos y rocosos brotes verdes asoman por todas las esquinas del territorio nacional. Allá donde encuentran un sitio, brotan inimaginables vergeles de bonanza y progreso económico. El no va más. Vamos disparados hacia el futuro. Nada ni nadie podía imaginar que nos fuera a ir tan bien…
Está bien ayudar. Es más, considero una obligación en colaborar con aquél que lo necesite. Más que nada porque dentro de poco nos va a hacer falta a nosotros el aporte solidario de aquellos que sí que hacen las cosas como se deben hacer. Pero ahora, que alguien me aclare de dónde van a salir esos euros que solicita con angustia Grecia. Porque apretarse, lo que se dice apretarse, es difícil que lo hagamos más.
La conclusión de todo esto es muy clara; la lacra política europea ha destruido décadas de evolución con su mala praxis y su irresponsable dirección. Pasarán por méritos propios a la historia como la plaga más destructiva de la evolución humana. Mi repulsa y mi odio para todos ellos. Porque no se puede apreciar al indeseable que te lastima todos los días.
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