Es la cara del miedo, del terror. El rostro de la ministra de Economía Elena Salgado, con el luminoso con la palabra crisis detrás, resume el estado de ánimo que a buen seguro le domina. Es una imagen preocupante, que sólo inspira temor y recelo. La misma que tiene un niño cuando sale a la pizarra sin tener idea de lo que le van a preguntar, sin llevar bien preparado el tema. Si se pudiese leer lo que sentía, lo que pensaba, nos asustaríamos aún más de lo que estamos."¿Dónde estoy? ¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué no salgo corriendo y me escondo hasta que pase la tormenta?"
Con la pata recién metida hasta el fondo en el barro, después de haber parido un monstruo en forma de decreto, tras recibir palos provenientes de todos los lados, una buena bajada de pantalones y a seguir con la farsa. ¿Qué más da? Las cotas de ridiculez y bochorno alcanzadas son insuperables, así que otra bobada más sólo puede provocar unas risas y algún susto que otro, pero nada de importancia. Hoy digo A y mañana B, pero la culpa es del maestro armero que no sabe escribir. Patético. Como todas las últimas decisiones de la tropa que acompaña a Zapatero en su misión de destruir España. No aciertan una ni aunque se lo pongan a huevo. La colección de despropósitos y bandazos ha alcanzado una magnitud colosal.
Es una opinión, y sólo eso. O les paramos ya los pies o acaban con todo y con todos. Cada día que pasa, el lastre es más pesado. Estamos indefensos, totalmente abandonados de la mano de dios. El final de todo esto se me antoja doloroso y trágico. Casi diría que apocalíptico.
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