José Bono se posiciona. Elige a Rubalcaba como sucesor y le promete amor incondicional cuando le dice: "Alfredo, siempre que lo hemos necesitado nos has apoyado. En esta tierra y en quien te habla vas a tener siempre el respaldo que necesites. Es de justicia". El príncipe está dispuesto a acceder al trono, ya que su rey agoniza. Pero como el muerto aún está vivo y coleando, que no es plan de enterrarle todavía, Bono le pega un capotazo cariñoso al que es hoy en día su jefe y presidente del Gobierno. Habla de él con cariño, como si ya no estuviese, como si el adiós deseado por todos menos por Botín y los grandes empresarios, se hubiese producido. Pronuncia su epitafio y le compara con Adolfo Suárez. Osada comparación, pues equipar lo dulce con lo amargo, mezclar chocolate con ricino sólo está al alcance de gente sin paladar, o con las papilas tan destruidas que no distinguen entre caviar y estiércol.
Dice Bono que “un hombre no es culpable de lo que le ocurre a un pueblo". Mentira es cuando el hombre en cuestión ha hecho y deshecho a su caprichoso antojo, y ha liquidado el progreso de un Estado con sus indecisiones y errores. Aunque hay que otorgar certeza (y torpeza) a la afirmación pues en la exculpación se reconoce que la destrucción no es sólo cosa de uno, que para acabar con todo se ha necesitado la inestimable colaboración de otros. Un grupo salvaje encabezado por aquél al que encumbra, su amigo Alfredo, y en el que, por qué no, tiene cabida su propia persona.
Termina su adulación insinuando que, José Luis Rodríguez Zapatero tal vez logre, al igual que Suárez, ser colocado "entre los grandes hombres". No cabe duda que el líder socialista pasará a la Historia; es más, ha entrado en ella como un elefante en una cacharrería. No cabe duda que tendrá su hueco, que ocupará un lugar destacado en ella. Y no cabe duda que méritos presenta para que se escriban páginas sobre él. Lo que si que es del todo improbable es que acompañe a los grandes estadistas. Más bien, todo lo contrario. Nunca ha habido y es difícil que lo haya un personaje tan nefasto para el país. Lo pinten como lo pinten. Nunca. Ahora, eso sí. Algo tendrá cuando los grandes capitales están con él; en toda ruina existen los que salen beneficiados, los que de la desgracia ajena hacen su negocio.
Vivimos gobernados por el absurdo; socialistas, sindicatos e intelectuales de la ceja confunden el bando y comparten mesa con bancos y grandes empresas. El parado, el trabajador, el mediano y pequeño empresario, el funcionario y el jubilado, a verlas venir y a apechugar con todo. Socialismo de bote o el mundo al revés.
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