Bueno, parece ser que ya se ha hecho la luz en el tema de los apellidos. Si papá y mamá no se ponen de acuerdo en cuál es el que debe ir primero, el funcionario de turno decidirá según le apetezca. Es decir, que un empleado público será el responsable de ordenarlos. Los criterios a seguir en la elección, Dios los sabrá, porque para todos los gustos hay; desde colocar primero el menos habitual hasta que se lo jueguen a los chinos los progenitores (van a habilitar salas para el chapí-chapó). Suena a coña, pero así se ha parido en el Congreso; en chorradas como ésta invierten su tiempo y nuestro dinero los padres de la patria.
Desde que hace meses surgió la iniciativa ésta de los apellidos, yo no dejo de preguntarme qué es lo que motiva tanta insistencia por parte del gobierno. Quizás, sólo quizás sea porque, por decir algo, la marca Zapatero vendía más que un sencillo Rodríguez o Rubalcaba tiene más tirón que Pérez. O simplemente sea por entretener al personal con memeces, quién sabe. El caso es que el parto ya se ha producido y lo que ha salido ni es niña ni es niño, es una gilipollez.
De todas formas, hay que reconocer que a los interfectos les podría venir bien esto de marear con los apellidos ya que, cuando la razón impere, el sentido común se apodere de todos los españoles y nos los quitemos de encima para siempre, José L. Rodríguez y Alfredo Pérez, bien disfrazados, que si les pillan igual les linchan, llegarían a pasar inadvertidos, pudiendo gastarse a destajo lo ganado estos años y mantener un nivel de vida de la leche con lo que les queda vitalicio. Ergo, si lo pensamos detenidamente, han sido listos pues han desgastado sólo la mitad de su nombre amargándonos la vida, guardándose el apellido discreto para pulirse los beneficios adquiridos mientras disfrutan de su apacible retiro. Si hasta el más tonto hace relojes.
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