El asunto es una gravísima tomadura de pelo. El actual sistema permite que los políticos ostenten varios cargos de responsabilidad a la vez, todos con sus correspondientes salarios. El negocio es, además de una absoluta barbaridad, un insulto al resto de los españoles. Disfrutar de dos y tres curros es lo más normal, una componenda hecha a medida para que el que ordene y mande se forre.
Uno no quiere dudar de la capacidad de trabajo de nuestros representantes, de que tienen desarrollado un increíble don de la ubicuidad para atender como se merecen las distintas encomiendas. Uno no quiere pero, visto lo visto y dado que los resultados son espectacularmente nefastos, cabe pensar, sin temor a equivocarse, que si no son capaces de realizar un empeño con efectividad, menos aún dos, tres o los que a gusto y placer se adjudiquen.
Quiere decirse, pues, que ya que muchos no sirven ni para taco de escopeta, cuantos más puestos ocupen peor harán las cosas. Pero esto es ajo y agua, como cuando, hace una pila de años, el que tenía el balón era el que decidía quién jugaba, cómo se jugaba y cuándo se jugaba. Y por supuesto, el dueño de la pelota, aunque fuera el más torpe del barrio, era el capitán, seleccionador y fijo en la alineación. Si no, no había partido.
En resumen, esta es la muestra más directa de que el que impone las reglas del juego y las redacta a su antojo, importándole uno de mico el resto de los participantes, no es más que un manipulador que hace lo que le da la gana y en beneficio propio. Y los demás a tragarnos la basura si queremos pintar algo y formar parte de un sistema que, por este camino, nos conduce al desastre absoluto. Indignado, no. Hasta los mismos, sí.
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