La noticia dará vueltas por España, ya verán como sí. En Beneixama, un hermoso pueblo de la provincia de Alicante, el nuevo primer edil (del PP) ha retirado las fotografías de los siete alcaldes que estuvieron al frente del ayuntamiento en la última etapa democrática y que se encontraban colgadas en un lugar preferente del salón de plenos, para sustituirlas por un crucifijo que su antecesora en la Alcaldía mandó descolgar de otra de las paredes de dicho salón y guardar en una dependencia municipal. Y eso que una de las imágenes era la suya propia, ya que él mismo presidió la Corporación local durante los años 1999 a 2007.
Quito fotos y pongo una cruz. Un asunto bueno para entretener al pueblo, para que se hable de él, el comienzo del borrón y cuenta nueva con los anteriores, razones ideológicas, creencias religiosas, un no quiero que quede ni rastro de lo que has hecho, llegar con el cuchillo y eliminar cualquier remanente del stock heredado o, simplemente, por hacer la puñeta. El caso es que ya no están las imágenes y sí el crucifijo.
Siendo como es un tema sin importancia, vestiduras se rasgarán algunos erigiéndose como paladines de la democracia mientras otros dirán que por qué no, que el que clavaron en la cruz se merece más reconocimiento que alguno de los que vieron enmarcado su rostro. A darse de leches hasta que se convierta en un problema a debatir por los padres de la patria. Como si fueran incompatible la cohabitación.
Promete jugo el debate. Como muestra, un botón de los gordos. Hoy, por ayer, ya me han comentado que la idea no es mala, que sería buena forma de espabilar a muchos. Verán, un buen amigo, socio honorífico del INEM, hipotecado hasta el infinito y más allá y que, como el que escribe y suscribe, supera la condición de indignado para situarse en el ejército de los que están hasta los mismísimos, va y me dice: “Mira, Tomás. Estoy de acuerdo con lo de la cruz. Yo colocaría muchas, pero de tamaño natural y tantas como políticos hay. Las ubicaría en las plazas de los pueblos y ciudades, habilitaría los espacios públicos que fueran necesarios, delante de los ayuntamientos, las diputaciones, las cortes autonómicas, el Congreso, el Senado, el palacio de la Moncloa y, por supuesto, Bruselas. Eso sí, sin el Cristo, que no tiene nada que ver con el tema. Cada una provista de una caja de clavos y un martillo, preparadas para ser ocupadas a la mínima de cambio por aquellos que mientan, que manipulen, que roben y estafen, que especulen y que exhiban sin pudor su torpeza. En definitiva, para los que no cumplan con su obligación y se dediquen a perpetuar la ruina y engordar su hacienda. ¿Tú qué dices?”
Yo le he contestado que se me antojaba salvaje la idea, que me parecía irracional, que me provocaba, incluso, miedo. Y él, sonriendo me ha respondido: “Pues de eso se trata, ¿no crees?”
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