lunes, 12 de julio de 2010

Alicante y Ripoll. Confiar en la justicia

Soy alicantino por nacimiento, por convicción y por devoción. No considero nada más sublime que el nombre de Alicante, que letra a letra riega con su luz mis sentimientos y mi razón. Mi virgen y mi paraíso son mi ciudad y mi provincia. Y digo mías porque forman una parte muy importante de lo que he sido, soy y seré. Tuve la inmensa fortuna de nacer en Alicante: aquí me enamoré, aquí tengo mi semilla, aquí peleo por sobrevivir y aquí, cuando me toque, quiero morir. La fiesta y el llanto, el caos y el silencio, el bochorno y la brisa, todos conceptos opuestos que se unen y conviven, embelleciendo ciudades y pueblos. Somos tan distintos los alicantinos entre nosotros que eso nos hace ser más fuertes, más especiales, distintos a todo y a todos. Por estas cosas y muchas más, es imposible no amar a esta tierra, sus costas, montañas, lugares y citas, gentes e historia. Amarla, respetarla y defenderla hasta el fin.

Hoy estoy triste. La Justicia imputa al máximo representante de la provincia de los delitos endémicos de la casta política que está asolando el mundo. Fraude y cohecho son rémoras que arrastran todos los dirigentes, dejando muy claro que política y honradez andan reñidos desde el origen del mundo actual. Y ahora estos fantasmas ensombrecen la actuación de Ripoll y ensucian la imagen de Alicante. El presidente de la Diputación ha ofrecido siempre una actitud positiva y valiente, luchando contra todos, incluso sus hermanos del propio partido, y manteniendo alto el nombre del territorio alicantino. Pero la duda se ha abatido sobre él. Y eso no es bueno para nuestro sentir. Me entristece pensar que un hombre de cierta valía como él se haya dejado corromper. Prefiero creer que no, que es inocente. Su error mancharía Alicante. Y eso no se le podría perdonar. Confiemos en la Justicia, esa ciega que todo debería ver.

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