Ver el pasado martes el edificio de la Diputación Provincial de Alicante sitiado va a ser una imagen difícil de olvidar para algunos de los que nos tropezamos con el cuadro. Impresionante el despliegue policial. Al preguntar intrigado sobre el motivo de tanta seguridad, y enterarme de que estaban escarbando en los intestinos del presidente de la institución, me quede helado, sin palabras.
Algo muy gordo tenía que haber hecho el azote de Camps para merecer tanta atención por parte de Policía Nacional y medios de comunicación. La gente, en su sabiduría, ya veía a Ripoll con grilletes. Una mujer, poseedora a mediodía de la verdad, comunicaba a quién quisiera oírle que le habían trincado con dos millones de euros escondidos en un zulo en su jardín, y que de ésta no se libraba. Aseguraba también que Ortiz, su socio de fechorías, venía esposado en un furgón desde Pamplona. Argumentos de película, no de acción o misterio, sino de Jaimito.
Tenemos el vicio de valorar sin conocer, de juzgar de oídas, de sentenciar y condenar sin saber el qué y el por qué. Va en nuestro carácter, y se nos ha acentuado por los continuos desmanes a los que la casta política nos ha ido acostumbrando de un tiempo a esta parte. Hartos como estamos de chorizos y mafiosos instalados en las altas jerarquías de nuestras (insisto, nuestras) instituciones, buscamos carne de ratero para verter sobre ella toda la ira y todo el enojo que nos acompaña a diario.
Considero que debemos, que estamos obligados a respetar las leyes que los políticos manipulan si no queremos convertirnos en malas copias suyas: todos somos inocentes por el mero hecho de respirar. Encontrar elementos de culpabilidad es un trabajo para los profesionales del tema: nosotros somos libres de opinar, de manifestar nuestras sensaciones y sentimientos. Pero erramos si sentenciamos y condenamos sin saber. No debemos caer tan bajo como aquéllos que nos están torturando. Valemos más.
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