Sigue a la suya. El Rey de las Rocas, Mohamed VI, impunemente aplica su política fascista y dictatorial. Hablamos de Cuba y Corea del Norte, y si miráramos un poco hacia abajo veríamos un monarca absolutista a la más vieja usanza. Represor sin escrúpulos, usa toda su fuerza en asesinar los deseos y sentimientos del Sahara. Controla todas las esferas del poder en su nación, tiene la potestad de crear y destruir instituciones a su antojo y capricho, y utiliza el brazo opresor de su ejército y policía para cubrir con sangre a aquellos que osan alzar la voz contra él. Lo que no comparte o no entiende, es eliminado a golpes de cárcel y expulsión (130 cristianos lleva en poco tiempo).
Este buen amigo de nuestra casa real se jacta de su poder allá donde va, y manipula, con el consentimiento del resto de Estados, decisiones internacionales para reconducirlas a su terreno. Interpreta a su conveniencia los acuerdos, y viola sin rubor aquellos tratados que no le interesan.
Su preocupación es la riqueza. Su padre, Hassan II, amasó una impresionante fortuna, estimada como superior al PIB de Marruecos. Mohamed VI la heredó y la multiplicó. Los fosfatos dan para mucho, y la comunidad internacional se baja los pantalones ante el tercer productor mundial, por detrás únicamente de China y USA. Se estima que posee el doble que la Reina de Inglaterra, y ésta no anda precisamente manca que digamos. La revista Forbes calculó en un millón de dólares diarios los gastos de mantenimiento de sus doce palacios. Mientras tanto, sus súbditos malviven y tienen que ver cómo algunos compatriotas se ahogan en pateras huyendo de la miseria o se asfixian en los bajos de los camiones que se dirigen a la península. Todo un ejemplo de democracia que aplaude con su silencio nuestro gobierno y sus socios. De vergüenza.
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