Tengo ganas de que lleguen las vacaciones. No las mías, no. Las de ellos, las de los y las primeras figuras de la política española. Estoy harto de encontrarme Zapateros, Marianos y Montillas hasta en los tazones de gazpacho andaluz (uno de los tres es cordobés, adivina adivinanza). Veo el estatuto catalán incluso en las farolas, pegado con cinta adhesiva y con unas tiras recortadas con el teléfono del Molt Honorable: es un tema que de importante se ha vuelto cansino y agotador. Está en manos de la divina providencia, entendiendo como tal, y con permiso de Dios, la capacidad suprema de nuestro presidente del gobierno de hacer lo que le sale de los propios, pasándose por el forro de los mismos sentencias y otras zarandajas. En resumen, que hará lo que le apetezca o más convenga para sus fines electorales. Total, igual piensa que para lo que le queda en el convento, pues a hacérselo dentro.
Se me revuelven las tripas cada vez que Soraya, Pepín, González Pons o Leire abren la boca para divertirnos con su sagaz e irónica oratoria. Necesito perderlos de vista, olvidarme de su existencia, aunque sea por una temporada corta. Sé que a la vuelta los encontraré ahí, aleccionándome en el arte de la manipulación y enseñándome como montárselo bien sin pegar un palo al agua. Librarse de su compañía por un tiempecito se promete reconfortante y tranquilizador; si no están por ahí, no pueden meter la pata. El que no hace algo no se equivoca.
Para terminar por el momento, otorgar la atención merecida a Cándido Méndez y Fernández Toxo. Dos personajes perdidos en combate, que se suponían desaparecidos en la espesura cuando en realidad estaban tumbados a la bartola, y que ahora, al oír los tiros y percibir que alguno les podía alcanzar, han salido de su suite y se han puesto las pilas. Dos que jamás de los jamases deberían haber estado de vacaciones tanto tiempo. Dos que tienen mucho trabajo atrasado por recuperar. Dos que no han cumplido.
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