Estamos que nos salimos. Éxtasis total y absoluto. No se puede pedir más. Tenemos la oportunidad histórica de alcanzar una final de un mundial y, porque no, alzarnos con el triunfo. A mí, personalmente, ya no me quedan uñas por comer, me voy a dejar las manos en muñones. Me inyecto una sobredosis de fiebre por La Roja, y me atizo un viaje por el mundo de las ilusiones que consigue desconectarme de la realidad. Para que luego digan que el fútbol no es una droga. Te arrea unos colocones sublimes que potencian la energía y el optimismo, que estimulan los apetitos y excitan los instintos. Es un deporte manipulador de sentimientos, el mejor zagal para conducir un rebaño.
El fútbol me entretiene y me divierte, canaliza una buena parte de mis pasiones. Ya sé que es absurdo: millonarios en pantalón corto disputando el control y dominio de un balón, bajo el ojo escrutador de unos jueces, torpes y lerdos en la mayoría de las ocasiones. Es más un negocio dirigido por pseudo-mafiosos que otra cosa, ya que genera y mueve millones de forma opaca, con comisiones, transacciones, traspasos y contratos de muy dudosa legalidad. Pero qué quieren que diga: donde el corazón manda, la razón está de sobra.
Así pues, esperemos al miércoles, a ver si sale cara. Eso sí, hay algo que me repatea. El mundo pertenece a los políticos, que hacen y deshacen a capricho, conocimiento y voluntad, engordando su hacienda y bolsillo. Entonces, sobrados como están, que se paguen ellos el billete de sus bolsillos si quieren salir en la foto, que ya está bien de viajes y dietas suculentas a costa nuestra. Y si no tienen cash pues todo lo tienen invertido y/o escondido, que pidan un préstamo a Bancaja, el banco amigo (por lo menos de Jaume Matas), que les deja los cuartos a un 2,84% de interés. O que se queden en casa a sufrir como el resto. Digo yo.
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