¡Qué contento estoy! Parezco el Macario, el muñeco de la boina y los pelos gordos, negros y tiesos como escarpias que le jalonaban las piernas. Y no lo digo por lo rústico del personaje ni por lo salido que estaba, que ya podría ser, ya. Lo digo por que de verdad soy feliz, el sol brilla en el horizonte y todo es maravilloso y bello. Me he vuelto idiota y sueño sólo con que La Roja, gane el mundial y nos conduzca al éxtasis, al gozo sublime de sabernos los mejores del mundo en esto del fútbol.
¿Qué más da que la cosa esté tan mal? Para eso están los goles de la selección. El sistema está agotado, por no decir destruido; ha vomitado toda su debilidad dejando en cueros a todos los que lo sustentamos. De seguir así, comer pasará de ser una necesidad básica a convertirse en una odisea imposible. Pero no pasa nada, un gol de Villa equivale a un menú de tres platos con pan, copa y puro, nos engorda más que un cochinillo al horno.
¿Para qué quieres trabajar? Te pegas a la tele, te lees los diarios o escuchas la radio, y parece que vivamos en el Paraíso, sin serpientes que nos tienten. Trabajo para usted hoy no tengo, pero, ¿vio el partido de España? ¡Qué tiemblen argentinos y brasileños! Ganamos seguro.
¿Qué no entiendes el absurdo discurso político que te venden para entretenerte? No tienes que pensar. Dedícate a babear delante de tu televisor mientras yo te la sigo clavando hasta la médula. Ya me encargo de solucionar el lío. Tú, al fútbol, que lo de gobernar no es cosa tuya: eso déjanoslo a nosotros, que sabemos un puñado del asunto. No te preocupes por nada, que ya te hemos hecho la cama y construido el ataúd.
Argentina escondió una dictadura asesina en el 78. Hoy el mundo camufla al son de insoportables vuvuzelas su agonía y nuestra desesperación. Dame fútbol y llámame tonto.
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