China y otros dieciocho países declinan asistir a la ceremonia de entrega del Nobel de la Paz. El resto de Estados, compañías de payasos todos según manifiestan desde el Gobierno de Pekín, piensan que el hecho de que le otorguen el galardón a un disidente encarcelado por luchar por la libertad está en la razón y en la justicia del premio. Claro que, tratándose de un criminal separatista, lo normal es que los obscenos y arrogantes integrantes del circo de la democracia estén de acuerdo con la decisión del jurado del Nobel, y no con la postura de los insignes ejemplos de los principios democráticos que han rechazado la invitación. Grandes exponentes de respeto a los derechos fundamentales, como Marruecos y su dictadura feudal, Irán, Vietnam, Sudán, Pakistán, Cuba, Kazajistán, Arabia Saudí o la Venezuela del showman Chávez. Liu Xiaobo, de 54 años, puede sentirse orgulloso de que ninguno de los representantes de los citados con anterioridad acudan a un homenaje a su persona (entre nosotros, lo cierto es que no pintan nada cuando de Paz y Libertad se habla). Además, "por diferentes razones" (poderoso caballero Don Dinero) a China y compañía también se unen Rusia, Colombia, Túnez, Serbia, Filipinas, Irak, Afganistán y Ucrania.
Visto como están las cosas en esto de la economía no sería de extrañar que con los pro-chinos se solidarizaran de aquí al viernes unos cuantos más a tenor de las amenazas veladas y no tan veladas de las autoridades de Pekín hacia los osados que osen apoyar al disidente. De momento, alrededor de cincuenta embajadas han confirmado su participación, aunque no se descartan bajas de última hora, por estrés o gripe, quién sabe.
Lo que sí que no está claro es quién recogerá el susodicho premio, ya que ya se han encargado las autoridades chinas de que no exista bicho viviente relacionado con la persona del premiado que pueda acercarse al evento. Ni los ruiseñores pueden abandonar el país; a nadie con cierta relevancia en nombre y apellidos le está permitido salir de su casa ni siquiera a por pan, no sea que pongan en peligro la seguridad del estado.
A mí, por lo que me concierne, me gusta pertenecer a los Tonetti, al igual que Mario Vargas Llosa, cuando afirma que China es aún una dictadura, o que el ex presidente checo Havel y Desmond Tutu que volvieron a pedir el domingo pasado su liberación en un artículo que rezaba tal que así: "El apoyo de China a regímenes abusivos y la fuerza brutal con que aplasta la disidencia dentro de sus propias fronteras demuestra que hace falta una reforma sustancial si China quiere ser vista como un verdadero líder entre la comunidad internacional".
Lo dicho, antes una peluca de colores y una nariz roja, que participar de la violencia, la agresión, la constante violación de derechos y libertades y demás prácticas totalitarias que realizan los dirigentes chinos y sus colegas de sangre y represión, como Mohamed VI, los Castro, Ahmadineyad, Nguyen Minh Trie, Omar Hassan al Bashir, o Nursultan Nazarbayev, representantes todos de lo que jamás debe llegar a convertirse un ser humano.
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