Un buen amigo que sabe lo quemado que ando con el gobierno del innombrable y lo atónito que me quedo cuando el mago saca conejos de chisteras vacías, me ha enviado uno de esos correos plagados de soluciones a la crisis. Lo he leído porque leo todo lo que cae cerca de mis ojos y también porque todo lo que se refiere a la búsqueda de un bálsamo sanador para la ruina que llevamos encima me parece, como poco, interesante.
A grandes rasgos, lo que manifiesta el autor del mismo supondría, según sus cálculos, un ahorro de más de 45.000 millones de euros, cantidad suficiente como para darle tres pases de pecho a la crisis. Vamos allá con lo expuesto. Por un lado, propone eliminar el Senado, una cámara de relleno inútil y absurda, un garaje para políticos de vuelta de todo que en algún sitio han de poner el huevo. Por aquí, 3.500 millones menos de gasto. En segundo lugar, fuera finiquitos y pensiones vitalicias para los padres de la patria. A currar hasta el final como todos y, con el cómputo de meses que se aplica al resto de los mortales, se calcula lo que toca y punto.
Siguiendo en su argumentación, el escritor considera más que oportuno revisar con lupa los sueldos que se otorgan alcaldes y concejales de pueblos varios, y meterles un machetazo. Hay que cambiar el concepto de política como chollo donde llevárselo calentito, y no sería un mal lugar por el que empezar. Y, ya que estamos, al que pillen con las manos en la saca pública, quitarle hasta el calcio de los huesos para que pague por lo usurpado.
En el capítulo de gastos sin sentido y sin justificación, se detiene en el exceso de vehículos oficiales, todos de alta gama e insultante precio, en el abuso descontrolado de las tarjetas VISA que circulan como cucarachas entre manos derrochadoras y, como no podría ser de otra manera, en el lacerante, vergonzoso y ultrajante número de asesores y parásitos de seis mil euros al mes que, como una plaga, devoran las administraciones, desempeñando cometidos para los que ya hay funcionarios con la preparación más que suficiente y necesaria.
En la línea de inutilidades destaca también el elevado gasto que genera nuestra diplomacia, superior en cuantía y notablemente inferior en capacidad y calidad a la de Alemania y Reino Unido. A todo este cocido, le añade una rebaja del 30 % de las partidas 4, 6 y 7 de los Presupuestos Generales del Estado (transferencias a sindicatos, partidos políticos, colegas y fundaciones varias) y se encuentra con que no haría falta recortar 6.000 millones en inversión pública ni tocar los sueldos de los funcionarios y, ni mucho menos, congelar las pensiones.
Bueno. Sonar, suena bien, como ideas no están mal, son incluso sabrosos y apetecibles sopapos en los morros de la clase política dirigente. El problema, querido amigo, es que quiénes tienen que valorarlas son los mismos a los que dejaría en cueros su aplicación. Pero, lo dicho, si te lo piensas y sumas, resulta que no son para nada una memez. Una utopía, sí. Pero no una memez.
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