Un poco de literatura barata. Hete aquí que se era una infame colección de cigarras que se daba la gran vida, puliéndose todo como si el mundo se acabase a los diez minutos. Fiesta, alegría, derroche, derroche y derroche. ¿La saca llena? A vaciarla. Cerebro poco, pero música y jolgorio a quintales. Cigarra por aquí, cigarra por allá, todos fundiéndose lo suyo y lo de los demás, incluso lo de algunas hormigas que, poco, pero guardaban algún cuarto, a recaudo de aprovechados, gorrones y parásitos. Vivir al día, que el invierno quedaba lejos, muy lejos. ¿Qué hay de lo mío? Hinchamos el precio, lo reventamos y que apechuguen los pringados. Hasta algunas currantes se contagiaron del ambiente festivo y no colmaron sus reservas como era costumbre y obligación.
El tiempo pasó, el verano acabó, empezaron los vientos y los fríos y las puñeteras cigarras se helaron. Ellas y toda su comunidad, sin mantas, sin comida, sin abrigo, sin techo, sin vergüenza, sinvergüenzas. ¿Qué remedio quedaba? Mendigar a las pocas hormigas que, viendo el temporal, tenían en su poder lo único comestible que existía. Las cigarras palmaban en tropel, una tras otra muertas de hambre, heladas hasta las canillas. Dicen que llegaron a recurrir al canibalismo más atroz; te como y con tu fémur me hago un mondadientes. O tú o yo. El más fuerte se queda, el débil desaparece.
La cosa estaba tan mal que, aquéllas hormigas que habían sido más previsoras, se hicieron con el poder y, viendo el panorama y atisbando beneficio, optaron por no dejar fenecer a las antaño cantarinas y ahora suplicantes cigarras. Os ayudamos, pero pasáis por el aro. Nosotras ordenamos, mandamos y dirigimos porque vosotros, desdichados y desgraciados insectos, no valéis nada más que para el servicio humilde, para el vasallaje. Esto es lo que hay. De rodillas o a morir.
Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia, cigarras, cigarronas. Cada una con lo suyo. En nuestro caso, penoso y lamentable como el de los demás, la culpa es de todos, no nos libramos ni uno. ¿Por qué? Porque hemos consentido que el Capitán Tan y su banda de ineptos nos condujesen contentos y felices por el sendero de la ruina. Dinero para todos, ladrillos a quinientos, solares a diez mil, viajes a crédito, coches de trinca y la banca soltando y soltando. Una banca que se sabe ganadora, pase lo que pase, rien ne va plus, jamás pierde. Perdemos nosotros. Un país en bancarrota, con cinco millones de parados y los que vendrán. Así que, hermanos, a elegir: alemanes y franceses nos pueden dar de comer, pero hay que besarles las suelas de los zapatos. Lo otro suena a hambre. Eso sí, conocimiento, por favor. Hagamos lo que hagamos, una cosita: cepillémonos a la banda que nos gobierna y pongamos a otros más inteligentes, que seguro que los hay.
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