Trinidad Jiménez recibió a su homólogo marroquí, Taieb Fassi Fihri, con una notable satisfacción. Las relaciones con Marruecos no son buenas, ni mucho menos. Desde hace diez meses el país vecino no cuenta con un embajador en Madrid, situación que provoca una relación diplomática en ocasiones inviable. A esto hay que añadir varios factores; las tensiones orquestadas por el monarca alauí contra las ciudades de Melilla y Ceuta que han debilitado al máximo el ya de por sí endeble equilibrio entre ambos estados; las actitudes represoras de sus fuerzas de seguridad con el pueblo saharaui que incumplen cualquier tratado sobre derechos humanos; el veto descarado e injustificado a la libre información sobre todo lo relacionado con el Sahara, que lo único que busca es proporcionar la opacidad básica que permite sostener el dominio opresor que sufre el otrora territorio colonial; y la manipulación perversa en los medios de comunicación magrebíes, controlados por Mohamed VI, que mienten y mienten sin descanso, son condicionantes suficientes para asegurar que en este momento, España y Marruecos están más cerca de la confrontación que del entendimiento.
La nueva Ministra de Exteriores desplegó su simpatía y hospitalidad, en espera de reabrir un diálogo inexistente en los últimos tiempos, pero se tropezó con la verdadera intención del ministro marroquí, el auténtico objetivo de su visita: arremeter contra prensa y periodistas españoles, acusándoles de falta de objetividad y nula profesionalidad, expresando que las informaciones que se recogen sobre el Sahara son dictadas por deseos y no por la realidad, y avisando que nada va a cambiar en el trato. En el territorio saharaui manda Marruecos y nadie más, pasándose por el forro tratados y convenios internacionales, a la ONU, a la Unión Europea, a los periodistas extranjeros e, incluso, cualquier sugerencia que pudiera facilitar el imperativo diálogo entre saharauis y la monarquía absolutista.
Ante la verborrea del títere del Duce del Magreb y sus amenazas veladas, Trinidad Jiménez sólo pudo, o sólo supo, fruncir el ceño y cambiar la sonrisa por la seriedad y la adustez en el gesto. Tuvo que tragar con lo que expelía su colega y no reaccionó quizás como debiera ante los ataques verbales de Taieb Fassi Fihri hacia los medios de comunicación españoles, mostrando una fragilidad preocupante cuando consintió que el ministro marroquí no desmintiera la falsa y maquiavélica noticia del asesinato de un joven musulmán a manos de la Guardia Civil.
La corrección se impuso a una tajante y merecida respuesta, la diplomacia, mal entendida para mí, triunfó sobre el ya más que justificado puñetazo en la mesa que debe propinar el gobierno español. En la primera oportunidad en la que Trinidad tenía que haber mostrado fuerza, la situación le anuló. Mala cosa para un país que necesita como el agua reestablecer su imagen y recuperar su lugar en el mundo. Blanda, muy blanda ha estado nuestra ministra.
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