Desde el respeto y la admiración hacia aquellas personas que han tenido la fortuna de cumplir los ochenta y la mala suerte de que les haya ocurrido en esta miserable época, voy a contar la última aventura de un hombre del que cuentan que un día fue alguien ágil y lúcido, pero al que las circunstancias, la vida y la mala cabeza convirtieron en un grano molesto. Un relato corto o un sarcasmo largo con el que llenar un minuto.
José Luis Rodríguez ejerce de estadista con la misma soltura con la que un octogenario dependiente narra sus andanzas amorosas. Todo es imaginación, fantasía, un cúmulo de deseos y sueños imposibles de alcanzar pero que el protagonista de la disertación transforma en realidades idílicas y maravillosas. Se sienta delante de un micro y, a partir de ese momento, no conoce a nadie. Sale en la tele, le escuchan por la radio y no paran de hacerle fotos, que al fin y al cabo es lo que más le importa. Todo le conduce al éxtasis, alcanza un orgasmo (él los recuerda así). Y piensa “ésta es la mía”. Y comienza la aventura. No uno ni dos, muchos, muchos, hasta un millón de eco-empleos sin sacarla, que está como un toro, y sin pastillitas azules, que no le hacen falta. Se siente avasallador, irresistible, cree que se lleva al huerto lo que le apetece. Y una vez termina con su fábula, busca a quién arrimarse para continuar con el palique. Siempre encuentra a algún despistado que no ha sabido o no ha podido escaquearse y lo engancha con su oratoria, y le suelta el rollo durante un rato, con conversaciones absurdas. Entonces viene otro al rescate del abducido por su épica narrativa pero él, el presidente Rodríguez, lo captura también en su red. Las historias del abuelo Cebolleta, que no hay dios que se las trague, vuelan en todas las direcciones…Pero la fiesta se acaba, toca a su fin, cada mochuelo a su olivo. Cuando el respetable ya ha desaparecido, Rodríguez coge el taca-taca y, piano, piano, vuelve al geriátrico dónde sus cuidadores Elena y Alfredo le dan la medicación y le mandan a descansar, que ya no está para según que trotes. Pero él ha sido feliz, el pobre…
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