Algo raro pasa en todo esto. No es lógico que un político con la experiencia de Eguiguren se hunda en un lodazal tan profundo sin que exista una explicación razonable. Reconocer que compadrea con terroristas en busca y captura, jactándose de su relación con ellos como el que presume pomposamente de coche nuevo, y alardeando de mantener un trato cuando menos amistoso, conociendo paraderos, idas y venidas de asesinos en busca y captura por la justicia española, es, además de una aberración moral y un insulto hacia las víctimas, una colaboración con banda armada que le debe de costar muy caro si las autoridades pertinentes así lo deciden.
Esta pérdida de conciencia y de humanidad que ha asaltado al presidente del PSE, persona ya de por sí bastante especial, tiene que haber sido motivada por fuerzas mayores, debe responder o bien a una estrategia política compleja del PSOE respecto de ETA, o bien a un problema de carácter mental, como algunos medios de comunicación han sugerido, o bien a un oscuro traspaso de simpatías.
Si nos encontrásemos ante la primera suposición, cabría pensar que en la misma maniobra se podría encuadrar la entrevista de Felipe González en El País, que data de septiembre pero que ve la luz, curiosamente, en noviembre. Todo iría encaminado a justificar una negociación blanda con ETA, un pacto con concesiones que rompería los acuerdos que en materia de terrorismo mantienen las formaciones democráticas: el objetivo de Zapatero de colgarse las medallas a cualquier precio se convertiría en realidad, aun a costa de sacrificar algunas fichas de peso. No sería de extrañar que el ex presidente se prestase a este juego, pues en otros más complicados ha participado activamente, tal y como él mismo reconoce.
Ahora bien, si es un desequilibrio mental el que origina la peligrosa actitud de Jesús Eguiguren, médicos hay que se encargan de curar este tipo de locuras. Para mitigar de alguna manera el daño que está haciendo a los que han sufrido las acciones criminales de ETA Eguiguren debería someterse al tratamiento oportuno, y desvincularse momentáneamente de la actividad pública. Pero sus palabras desprenden siempre un tufo de vanidad, un aroma de certeza y seguridad que difícilmente se encontrarían en un enfermo mental, salvo que nos hallásemos ante el mayor megalómano de la historia. Vacilón, vacilón, más chulo que nadie, vamos.
También está la tercera vía, la peor, el paso a la oscuridad, aquélla que coloca al personaje en el bando de los asesinos conscientemente, con pleno dominio de sus facultades mentales y desmarcándose voluntariamente de la lucha democrática del estado para aliarse con los que pretenden destruirlo. Deseo que no sea ésta última la causa de la sinrazón. Aunque las otras dos tampoco son atractivas en exceso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario