Tocaba el timbre y salíamos todos disparados al patio, dispuestos a correr como pavos sin cabeza detrás de una pelota. No existía otra cosa en el mundo más importante que esa. Un chapí-chapó o un pares o nones, dos equipos de veinte para arriba, un campo de tierra y a correr. No sabías quién iba con quién, el mismo que te pasaba la pelota, en la siguiente jugada te la robaba y te metía un gol, ejerciendo de tránsfuga. Igual contabas con tres porteros, todos con la condición de regateadores, que igual la portería sufría el más miserable abandono, a merced de los palomeros que indefectiblemente rondaban junto a los postes sin parar de pedirla. Luego estaban aquéllos que controlaban bien el tema, que sabían, que llevaban el balón pegado a los zapatos y chupaban sin piedad, ante el aburrimiento del resto. En ocasiones estos últimos jugaban solos, mientras los modestos peloteros desertábamos y nos entregábamos a las canicas, a tirarnos piñas y piedras o, simplemente, a sentarnos a disfrutar del espectáculo. Era maravilloso, una catarsis absoluta, los problemas olvidados, enterrados entre el polvo, expulsados a patadas y empujones. Era el recreo, la liberación.
El fútbol tiene estas cosas. España está quebrada, rota por la incalificable ineptitud de los dirigentes políticos. El domingo, Cataluña habrá puesto en juego su gobernabilidad y, quién sabe, si la del país también. El lunes, algunos afortunados trabajarán y otros continuarán buscando su fortuna, mientras los mercados seguirán especulando con nosotros, extrayéndonos la sangre sin piedad. Los rectores del Estado insistirán en su lamentable deambular, exponiendo las vergüenzas propias y ajenas. Pero todo perderá su trascendencia al llegar la noche; repicará el timbre y saldremos al patio. En ese momento, los españoles nos entregaremos al fútbol, dedicaremos nuestra pasión a un Barcelona-Real Madrid que anulará la razón y desterrará rabia y penas. Seguro que pasaremos un buen rato. Lo malo vendrá después, cuando los Ronaldo, Messi y demás terminen con su negocio y volvamos al nuestro, a la puñetera realidad, a aplicarnos duramente para que los Zapatero y compañía no nos pinchen el balón, dejándonos sin recreo.
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