sábado, 27 de noviembre de 2010

Somos la mejor generación.

Sí. La del 85. La mejor. Y reto a cualquiera a que rebata lo que yo afirmo. Yo, por mi parte, ofrezco los argumentos que me otorgan la licencia para ser tan tajante en esto. Y es que no admite discusión. Porque, digo, a ver, de no ser así, quién me explica a mí cómo puede ocurrir que transcurridos una pila buena de años desde que nos separamos en el colegio ciento treinta que éramos entre tíos y tías, aún nos juntemos una espléndida cantidad un par de veces al año para pegar un bocado, echar unas risas, saltar, cantar, bailar y bebernos el Nilo. Vicios propios todos de una generación que con ocho años vio morir a Franco, que asistió al germinar de la democracia con doce, y que con catorce se aprovechó de todas las dosis de libertad que ofrecieron a garrafones los ochenta. Alternamos estudios con juergas y exprimimos la juventud hasta el agotamiento. Luego, como debía ser, cada uno por su lado, a pelear, a luchar por y con la vida, a buscar la propia estabilidad, a intentarlo todo con tal de ser felices. Y en esas seguimos, como casi todo el mundo.
Lo que nos diferencia del resto es que, siendo tan distintos, nos queremos de verdad. Es vernos y retroceder veinte o treinta años, reírnos a gusto y disfrutar de una de las cosas más maravillosas que la vida nos puede ofrecer. Yo, particularmente, en cada encuentro me arranco la mala leche, me olvido de todo y, sin exagerar, soy inmensamente feliz. Así que, y a las pruebas me remito, aquéllos que nos dijimos hasta luego en el 85 somos y seremos amigos siempre. Un abrazo y un beso para tod@s.

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