No me llega la camisa al cuello. Y no es por haber engordado, no, que lo de comer con opulencia no está a mi alcance. Estoy asustado por lo cerca que estamos del abismo. El discurso de “España sale de la crisis, hay brotes verdes, el final está cerca, no hay problemas que no podamos solucionar, somos solventes, estamos en la champions de la economía, etc.” ha cambiado. Ahora hay que temblar, pues se acerca el leñazo salvo misericordia de los mercados. Y éstos han decidido castigarnos.
El Gobierno ha enterrado su sonrisa burlona. Zapatero prometió no hacer más reformas, pero no le va a quedar más remedio. Otra mentira de alguien que sólo genera recelo, dentro y, lo que es peor, fuera. Nadie cree en él y eso le erige como el principal escollo que tenemos para superar la crisis. España tiene capacidad, pues los españoles la tenemos. Sin embargo, el hecho de que al frente del país se sitúe un cadáver político del que no se fían ni sus propias manos nos convierte en los siguientes en hundirnos, los próximos en reclamar auxilio.
Claro está que la culpa es del PP, antipatriotas, ácratas desestabilizadores que han llevado a la ruina al estado, terroristas económicos, los únicos culpables de que en este país existan cinco millones de parados, de que el diferencial de deuda sea el más alto de la historia, de que nadie confíe en la capacidad de reacción española, del ridículo en política exterior y, sobre todo, de que en España la mayoría seamos cada día más pobres, mientras que sólo algunos favorecidos son cada día más ricos. Política social que se llama.
Claro como el agua. El responsable absoluto de nuestra ruina y de lo que queda por venir no es otro que José Luis Rodríguez Zapatero. Y al que no le guste, allá él con su ceguera. En el mismo instante en que desaparezca de la vida pública, España empezará a recuperarse. Y no hay otra. O él o nosostros.
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