Había decidido no hacer caso ya a nada de lo que dijera José Luis Rodríguez Zapatero, limitarme a pelear por los míos y tirar para hacia delante sin escuchar al necio. Pero hoy, por el domingo, me he tropezado con una entrevista que me ha llenado el corazón de sentimientos y la razón de argumentos. Dar una opinión general sobre lo leído es muy fácil porque para esto cabeza y sensaciones se ponen de acuerdo. Es una carta de despedida de alguien acabado, que se arrastra penosamente, y con él a todo el país, y que intenta proteger su imagen insistiendo en justificar sus errores, mintiendo y traicionando sin rubor. Siempre fiel a su línea, afirma y niega en el mismo párrafo. Europa no le presionó pero los mercados sí: una prueba para la capacidad de gestión del gobierno. Sí pero no.
Vamos paso a paso con la entrevista, que hay para pensar. Primero habla del recorte de derechos sociales, admite el despilfarro del dinero hasta vaciar la caja, exhibiendo orgulloso un incremento del 40 % en el gasto social y después dice que como él lo da, él lo quita. ¿A quién? A jubilados y funcionarios. Lo más fácil, lo más rápido y factible. Y no se le cae la cara cuando reconoce que no se anticipó al desastre porque nadie se anticipaba. Lo mismo que decir que es un borrego más en un sistema controlado por la dictadura de los mercados.
Con lo siguiente no puedo evitar sonreír. “Siempre ha habido confianza en la economía española. Lo que existía era la necesidad de comprobar que el Gobierno era capaz de tomar decisiones difíciles”: la primera vez en la que es sincero en meses. El problema está ahí, en la capacidad del gobierno. Más bien, en la ausencia de la misma. Pero el cachondeo me dura poco. Cuando se vende como el gran hombre que se cree que es, cuando habla de socialdemocracia, de proyecto, me muero de asco. No ve más allá de sus narices, no siente como suya la traición cometida a los ideales socialistas, es más, no asume que haya cometido una traición. Claro, el fin justifica los medios, le meto el palo al que no se puede proteger y los sindicatos no me la liarán muy gorda. Soy un gran estadista y aplico grandes medidas. Y al que no le guste, ajo y agua.
Aquí me detengo. Otra vez a reír. “Sé que lo tengo que hacer” Genial. Lo dice convencido, seguro de sí mismo. Qué bárbaro. Habla del nuevo programa que se aprobó el viernes en el Consejo de Ministros y comenta una ampliación de derechos de los ciudadanos: garantías contra la discriminación (qué menos, con la incentivada distancia entre la España rica y la España pobre), protección de los consumidores (a lo mejor es que antes no estábamos protegidos) y lo último, lo mejor, el derecho a morir dignamente. A vivir no, a morir: de hambre, de inanición, de desesperación, morir y dejar de incordiar, un parado menos, palmar con la frente bien alta y una muda limpia para la mortaja.
Siguiendo con la lectura, uno extrae más lindezas. No admite el desmadre al controlar el dinero que poseía el Estado, justifica el derroche. Separa sindicatos de trabajadores; los últimos sí que tienen que apechugar y sufrir, sus colegas de tropelías no, que mantengan su subvención, que el desayuno en el cinco estrellas sale caro. Aquí, un inciso: a él que le encanta lo de la relatividad de las cosas, decirle que no es lo mismo que pierda un 15 % una familia que sobrevive con mil euros a que lo mismo le ocurra al que le sobra eso de la compra diaria. Dicho esto, continúo con lo mío. Se lava las manos con el desempleo y le pasa el muerto a los agentes sociales: no hubo acuerdo. Ellos son los culpables. Y asegura que no van a producirse nuevos recortes. Empecemos a temblar: en menos de un par de semanas tenemos sorpresa. Me juego el meñique de la mano izquierda.
Respecto a lo de adecuar el tiempo de vida laboral, adecuar el tiempo que tenemos que trabajar a la pensión que podemos cobrar, un par de apreciaciones: si tuvieran dignidad y/o vergüenza, lo primero a revisar sería las insultantes pensiones que se les quedan a sus políticos. Y, por otra parte, trabajar, lo que se dice trabajar, la mayoría de los que le rodean no sabe lo que es doblar el lomo y ni les interesa saberlo. Para eso estamos los demás, para pagar sueldos y jubilaciones a ineptos.
De dónde sacar el dinero, lo tiene claro: se va a Asia, a ver si puede engañar a alguien, que por aquí ya le conocen. Es decir, a China, Japón, Corea del Sur, la India y Singapur que alguno picará. Para eso necesita que en el lío se involucren las 25 mayores empresas de nuestro país. He de reconocer que aquí me pierdo: dice que va a crear una Comisión Nacional de Competitividad, un organismo oficial más, dirigido por Elena Salgado, para reunirse y planificar. En el asador de turno, a ser posible. ¿Otro inútil consejo de sabios?
Ahora viene el segundo plato cómico. La credibilidad. Ésta es la terrible equivocación que se comete. Identificar al presidente Zapatero y la confianza que genera él con la del Estado es lo que realmente nos impide levantar cabeza. Predice y predice, y se columpia más que la bruja Lola. Siempre con la excusa de la perspectiva.
A continuación habla del nuevo gobierno, de quién pone aquí y allá, de lo buenísimos que son todos y de lo mucho que saben, de lo bien preparados que están y de lo que trabajan. Bueno, sólo Elena Salgado, que los demás sobran. Eso es lo que dice sin decir.
Luego le toca a la ley de libertad religiosa, a la vergüenza de Benidorm y el transfuguismo, y a ETA y la izquierda radical vasca. Aquí deja abierta una opción muy peligrosa. Debe ser más tajante. Luego comenta lo bien que se lleva con Rajoy(hay que ser cínico) y de Garzón, del Ayuntamiento de Madrid (para PNV y CC sí que hay pasta) y del amor y odio con Artur Mas.
Ahora es cuando me descompongo. Marruecos, el Sahara y la posición del gobierno Zapatero. Sigue sin ver más lejos de sus pies, justifica el exterminio, abandona miserablemente al Sahara y todo en base a su trabajo como estadista, en defensa del Estado. Pilatos y Judas en la misma persona. Que se apañen los saharauis, que los queremos mucho pero que a Mohamed VI no se le va a decir ni media. Pero no sólo España,; nadie les va a ayudar, están solos. Esto es muy doloroso por lo real de la situación y lo inhumano de la traición. El Sahara ya puede llamar a los suyos a la guerra sabiendo que van a ser exterminados sin que movamos un dedo. Prefiero no continuar, se me parte el corazón. Además, no queda ya nada de lo que merezca la pena hablar: una alusión a Felipe González, besitos entre amigos.
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