En un primer momento, desde la cúpula socialista se optó por la traición a los ideales, por la vergonzosa renuncia a los principios, sometiéndose a las órdenes emanadas del líder. Marruecos es el amigo, y el Sahara una tierra yerma donde malviven los abandonados, los represaliados y los oprimidos saharauis. Una gente que no proporciona los beneficios suficientes y necesarios como para que el Estado español les considere por encima del invasor. Y como no interesan, como no se puede obtener nada de ellos pues nada tienen, en nombre de la prudencia y bajo el control de la cobardía, el ejecutivo Zapatero escupió su felonía.
Ahora, por fin, dentro del PSOE ya empiezan a hablar aquellos que desde hace dos semanas callan con dolor. Socialistas que sufren ante la pasividad de sus jefes y que han elegido enfrentarse al absurdo, personas a las que el corazón les exige detener el exterminio. Voces, gritos que se echaban en falta.
El Sahara nos debe unir. Ésta es la única forma de que tenga alguna posibilidad de vencer, y de eso nos damos cuenta casi todos, menos los que tienen el poder para actuar. Dirigentes que dejan atrás las promesas de fidelidad expresadas a gritos, las populistas consignas de defensa del pueblo hermano del Sahara. Dignas son de escuchar las palabras de Trinidad Jiménez en 2003, cuando, postulando por la alcaldía de Madrid y cubierta con una bandera comprometía su amor eterno hacia los desprotegidos. Loca era su pasión.
Los seres humanos somos siempre prisioneros de nuestras palabras, sobretodo cuando éstas tocan los sentimientos y las creencias. La Ministra de Exteriores ha mutado su opinión en el momento en el que se ha acercado al trono. Lo que hace tiempo se encontraba enraizado en su alma, ahora ha desaparecido por las alcantarillas de la traición. Se puede pensar que no es ella la que habla, que son otras voces las que dictan su discurso. Pero también queda para la interpretación que, libre como es Trinidad Jiménez, ya no sienta lo que decía antes. Para mí sólo existe una de dos: o hace siete años mentía en busca de un sillón de alcalde, o es ahora, que ya ha llegado alto, muy alto, cuando el engaño domina sus palabras. Sea como sea, el caso es que los jóvenes saharauis van a una guerra sabiendo que todas las batallas ya las han perdido. Son conscientes, y así lo expresan, de que en su muerte van a estar solos y de que el gobierno de España les ha abandonado. No debemos permitirlo.
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