O escribo sobre esto, o reviento. Y alguno dirá que sería preferible que callase y me estallase la cabeza, a tener que aguantar mis lastimosos quejidos. Pero, no puedo evitarlo. Se me van los dedos solos hacia el teclado, como si estuvieran poseídos por fuerzas interplanetarias, que digo yo que, dada la mala leche que me entra, serán las mismas que guían las decisiones del emperador José Luis y sus socios del lado oscuro. Porque, para ser sincero, de parte de la razón y la lógica no es que se posicionen precisamente el presidente y los miembros del ejecutivo ejecutor que gobierna esta pobre y desolada España. Doy fe de que son peores que una plaga de langosta, que todo lo arrasa, y más mortales que la peste bubónica, que todo lo pudre hasta el exterminio.
Aquello que me provoca este repunte en mi particular estado de cabreo son las declaraciones de Miguel Sebastián, a la sazón, y por desgracia para todos, ministro de Industria, Turismo y Comercio, en relación a la subida del precio de la electricidad aprobada el pasado lunes. Para el ínclito caballero, la medida es justa, responsable y no olvida a los más vulnerables (mira por dónde, en esto último comparto su criterio, pues éstos son los que van a sufrir más en sus carnes el atraco eléctrico). Simpático y locuaz que es el hombre, también ha dado a entender que no descarta nuevas subidas, porque el Ejecutivo no puede predecir qué va a pasar con el precio del petróleo, y nos recuerda que lo que sube de la mano con la luz es el butano, que se coloca a dos mil doscientas pesetas de las de antes. Déficit tarifario, incremento de precios internacionales de la energía, el alza del crudo y las ayudas al carbón están detrás del asalto. Vaya por Dios.
Como estamos en fiestas, el ministro compara el incremento en la factura con un café de 1,7 euros (los que se pimpla Méndez en el cinco estrellas). Obvia en su sabia defensa de la nueva medida, porque le interesa, que el incremento del recibo es lo menor del desastre. Todo se va a ver arrastrado por la luz, el gas y los combustibles. Todo menos los salarios y las pensiones, por supuesto. Vamos a pagar más por nuestra supervivencia. Política social en su máxima expresión. Política de mercadillo realizada por falsos socialistas, por malos profesionales, incapaces de prevenir una embestida aunque el toro les respire junto a la nuca. Política tóxica y destructiva a la que tenemos que poner fin si queremos que nuestra sociedad continúe existiendo. Algo harto complicado mientras los Sebastián, Blanco, Rubalcaba, Salgado, Pajín, Zapatero y demás (y no precisamente en este orden) sigan al frente del negocio. Ángeles exterminadores de bote que nos conducen inexorablemente al apocalipsis. Exagerado qué es uno, ¿verdad?
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