Para mí es un día muy importante. Bueno, para mí y para muchos. El 6 de diciembre es especial, los españoles eligieron una madre para todo lo que ha venido después. España decidió huir de un sistema coercitivo y embarcarse en una etapa de respeto a un tronco legal del que vástagos, más o menos imperfectos, han permitido que hoy se pueda expresar con libertad lo que uno siente o piensa. A mí me cogió con once años, jugando con los airgam boy y más pendiente de terminar una colección de cromos de fútbol imposible que de considerar el cambio radical que se iba a producir. Estaba yo para eso, para darme cuenta de que después de que los españoles con edad para ello aprobaran la Carta Magna, el mundo se abriría para los que empezábamos a bebernos la vida. Y doy fe de que nos lo comimos entero, que nos emborrachamos convenientemente con todo lo que nos otorgó la suerte de ser jóvenes cuando nada estaba descubierto, y que exprimimos los empujones de libertad que nos ofreció la maravillosa década de los ochenta hasta dejarla seca.
Ahora, aquéllos que somos cuarentones nos hemos convertido en actores principales y espectadores privilegiados del descalabro del sistema con el que aprendimos a vivir. Hemos colaborado a que nuestra Constitución, coja y llena de agujeros, se mantenga como base fundamental sobre la que regir nuestras vidas. Pero, al paso que vamos, seremos los que tendremos que destruirla para regenerar una estructura que sólo nos trae pobreza y miseria.
En el siglo del Laberinto español, aquél en el que los españoles se debatían entre luchas carlistas, golpes de estado, asonadas populares y constituciones varias, y alternaban gobiernos progresistas con moderados, siempre al servicio de una monarquía mediocre y en depresión, la estabilidad social, política y económica era una quimera imposible, en manos de políticos manipulados y manipuladores. Hoy en día, con una monarquía respetada por la amplia mayoría, la actual clase política en el gobierno, sostenida por los grandes intereses económicos, se ha convertido también en el elemento exterminador de la Ley, en el enemigo de la libertad, en el principal obstáculo para el progreso.
Yo creo en la Constitución como instrumento fundamental con el que lograr el equilibrio social y la estabilidad económica. En lo que no confío es en los que más cerca están de ella, recelo de los que tienen el poder otorgado de extraerle el jugo necesario, porque no me parecen ni capaces ni leales a la causa. A pesar de ellos, el día seis de diciembre sigue siendo un día importante. Diría más; tenemos lo que tenemos, bueno o malo, y somos lo que somos merced a la decisión que se tomó en el 78. Bendita Constitución, que necesita unos parches que la revitalicen y le devuelvan energía y vigor.
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