jueves, 23 de septiembre de 2010

Correbous

Que no se me enfaden sus señorías, pero viva la madre que los parió y lo descansada que se quedó. Cabreado hasta la médula, me comenta un buen amigo, taurino y catalán de nacimiento, corazón y devoción, que uno a uno, en fila y con un casco vikingo tendrían que salir a un ruedo, con dos bolas de fuego ensartadas en los cuernos (los del casco) y una tropa de gente descargando su adrenalina tirándoles del rabo (al que tenga para lucirlo), o cosiéndoles a patadas. Dice el pobre que quizás así la cordura y la coherencia invadiera el escaso conocimiento que demuestran tener. No puede comprender que, para sus lúcidas mentes, no hay tortura si no hay muerte: hablando en plata, que puedes putear hasta que el astado de turno reviente, que mientras no se muera, no pasa nada. Vamos, lo que hacen los servicios secretos de muchos países civilizados, y no tanto, colgando electrodos de los testículos y pezones, clavando astillas entre uña y carne o, directamente, inflando a golpes al sospechoso que toque. Todo legal y permisible si no la palma el sufrido receptor de los tormentos.
Yo, apolítico en esto del toreo, le he dicho que no se haga mala sangre, que es lo que hay, gente indigna y con mucho morro que un buen día gozó prohibiendo las corridas de toros con el argumento del maltrato animal y que ahora, que hay que caer bien y respetar tradiciones de cara a las elecciones, cambia el discurso y se tira a la arena de la incongruencia. Es como justificar que se tire una cabra de un campanario siempre y cuando abajo se coloque una colchoneta. Menuda banda

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