Parece que media hora no da para mucho en política internacional. Y menos cuando aquellos que tienen que conversar y debatir o no quieren o no saben, o ambas cosas a la vez. España tiene un problema grave con la actitud del dictador de Marruecos con respecto a la soberanía de Ceuta y Melilla. Tras el chuleo y el chantaje al que nos ha sometido Mohamed VI, el presidente del gobierno español se reúne con él a hablar del tiempo y salir guapo y hermoso en una foto. Porque esta es la sensación que da.
Se pasa por alto el tema de Melilla: el rey alauí se hace el sordo y Zapatero, más pendiente de la imagen que del fondo, no insiste no sea que el señor feudal mande otra vez a sus lacayos y se invente un nuevo asedio. Mejor le pasamos el muerto a los ministros de exteriores, que se apañen. Nosotros, a lo nuestro. Inmigración y energías renovables, que queda muy bien de cara a la galería. Todo con un buen rollo increíble, para que se note la excelente relación que existe, basada en la colaboración, el entendimiento y la sinceridad. Sobre todo, la sinceridad.
Todo el encuentro es una broma de mal gusto, un acto inútil en el que, en palabras del presidente del gobierno, la foto es lo importante. Una pose, un apretón de manos hipócrita con el que va a acabar robándote la cartera, una sonrisa para la prensa y una pérdida de tiempo. De Melilla y la extorsión, lo justo, un susurro inofensivo. Y del Sahara y su gente, de sus refugiados y represaliados, ni una mísera palabra. Es mejor abandonarles, dejarles a su suerte, traicionar las pocas esperanzas de libertad que les quedan. La cosa esta tan negra que como el nuevo convenio de pesca del 2011 no sea positivo para los intereses españoles, acabaremos recurriendo al canibalismo económico. En resumen, que el Duce del Magreb sabe que puede seguir haciendo lo que noblemente le brote de sus realezas. Lo sabe y disfruta con ello. ¡Qué pequeños somos!
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