jueves, 23 de septiembre de 2010

Prisioneros del lenguaje

No hay cárcel más cruel que la construida por las propias palabras. Lo que dices, lo que defiendes y amparas en tu alegato, aquello que predicas se puede convertir, por obra y gracia del espíritu de la razón, que de santo tiene poco, en el presidio donde cautivo pagar por las equivocaciones. En un mundo donde la información es un apoyo y un arma, en donde el control sobre la comunicación y sus medios es un elemento imprescindible en la lucha por el poder, aquel que desea ostentar el bastón de mando, aunque sea de su comunidad de vecinos, debe cuidar con esmero su discurso, medir con precisión lo que declara, expresa, anuncia o manifiesta. Si no se aplica en esta labor, el leñazo a recibir puede ser imponente, mortal de necesidad. Todo lo que haga o diga, tarde o temprano pasará su factura, pues está registrado.

¿A qué viene este rollo? Fácil. La aristocracia política, bien local, provincial, regional, autonómica, nacional o mundial (si olvido algún campo ruego me disculpen) esta plagada de fenómenos que no poseen ni decencia ni vergüenza (los auténticos ni-nis) que consideran que a la condición de electo va unida con pegamento de contacto una patente de corso para poder recitar sandeces, sin meditar siquiera las consecuencias. No deseo que se piense que me gusta insultar gratuitamente porque es lo que se lleva, blasfemar contra todo lo que apeste a política. Pero, verán, entre la alopecia propia de la edad que se va teniendo y la de veces que uno se lleva las manos a la cabeza por lo que lee o escucha, de aquí a tres días no hay loción capilar que me arregle el desastre. Además de en la ruina, me están dejando calvo.

Y si no, que alguien con más luces que yo, que no será difícil de encontrar, me explique cómo todo un presidente de un país que tiene abierto un frente muy complicado sobre la soberanía de un territorio con otro Estado, puede soltarse un “la foto es lo importante” en un encuentro internacional con el dirigente rival y, lo que es más grande, quedarse tan ancho. O cómo el presidente de una diputación sospechoso de ilegalidades muy oscuras se puede despachar con un “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, expresión pringosa que define con precisión lo que pensamos casi todos de los políticos patrios. O el no muy lejano en el tiempo “no hay quien me mueva” del presidente de una autonomía, imputado por la justicia, que con esta aseveración desprecia el poder soberano de los españoles ante las urnas. O los “subiremos los impuestos a las rentas más altas”, “no están previstos más recortes”, “estamos saliendo de la crisis”, etc. expelidos por el mismo que dijo lo de la foto el otro día en Nueva York.

No nos basta con aguantar sus desgobiernos, pagarles el sueldo, cotizar para sus dorados retiros, penar por sus continuos errores, pasar fatiga, miseria y hambre por su culpa, soportar sus desprecios y subvencionar su inutilidad, que encima hay que comerse las chorradas que sus mercedes vomitan (he mirado en el diccionario la definición de gilipollez y se ajusta con exactitud, como una segunda piel, a lo que pretendía decir, pero quedaba grosero). Sigo pensando que no nos merecemos esto.

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