No aceptar la realidad, negarse a reconocer que uno se muere y morir matando, con el objetivo de dejarlo todo atado y bien atado. Ésta y no otra es la actitud de José Luis Rodríguez Zapatero en su deambular como cadáver político (en CIU lo definieron acertadamente así). En muchas comunidades autónomas y localidades de enjundia- Madrid, Canarias, Comunidad Valenciana, la ciudad de Alicante, etc.- los militantes socialistas ven como sus deseos de salir de la vergüenza y el descontento se torpedean desde las propias filas por aquéllos que, como bien ha dicho uno de los suyos, el ex ministro Antonio Asunción, andan más preocupados por el empleo que por otras cosas. Toda una colección de agradecidos dirigentes que deben su bienestar económico a su desahuciado jefe, y que les cuesta soltar la teta que tan bien les ha alimentado los últimos años. Las guerras interinas, que no internas, que han estallado en el PSOE son una muestra de el enfrentamiento ya claro entre los que buscan desesperadamente renovarse y recuperar principios e ideales, y los que encastrados en el poder se resisten a verse extirpados de sus cargos.
“A Zapatero le queda una misa. Pero no para de hacer la puñeta. Es como aquél que en vida había sido un canalla y que, incluso agonizando, con los últimos estertores, no paraba de dar por el saco”. Bien podría ser la introducción a una conversación entre dos militantes quemados del PSOE (real como la vida misma). Intenta colocar a sus fieles en gobiernos autonómicos y ayuntamientos, en agradecimiento por los servicios prestados (por ejemplo, Trinidad Jiménez, Corbacho, Moratinos). Y ya que el jefe se comporta así, los acomodados dirigentes de las agrupaciones socialistas pues también.
Menos mal que en algunos lugares no se conforman y las inquietudes resucitan plantando cara y expresando con nitidez que el problema es el muerto que se cree vivo y sus acólitos. Habrá sangre
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