No valemos ni un real: sólo servimos para dóciles y aborregados consumidores de política basura, con los derechos en manos de manipuladores. Obedecer a lo que te digan. Ver, oír y callar. Ver lo justo, oír lo que ellos quieran y callar siempre. Nada de ideas, pues defenderlas suele crear problemas y te van a dejar más solo que la una: si te metes en un lío en el nombre de la libertad y la justicia, apáñatelas como puedas, que con ellos, aunque ésa sea su obligación, no puedes contar.
Debo ser imbécil pues no veo la diferencia conceptual entre ser un cooperante, que lucha por sus ideales de libertad, igualdad y solidaridad, o ser un activista pro saharaui que pelea por lo mismo. Gente que se sacrifica por mejorar el mundo y acabar con la explotación y la miseria. Españoles que exportan sus principios democráticos y que trabajan contra la opresión económica, política y social. Es el mismo concepto, una batalla común con distintas armas.
Entonces, si desde el Gobierno se combate contra secuestros y se paga si es necesario, ¿por qué no se actúa con idéntica decisión cuando de abusos y agresiones se trata? ¿Es, quizás, por temor al rey feudal Mohamed VI? ¿Tanto valen su pesca y sus fosfatos como para permitir que nos escupa con desprecio a capricho? ¿Es, como parece, que el Sahara y su pueblo le importan tres cuartas al gobierno español? ¿O, simplemente, Moratinos y su jefe son tan torpes, ineptos y cobardes como aparentan?
No me siento representado por los dos, pero la conciencia democrática me obliga. Me avergüenza que la imagen exterior de mi país (tan mío como de cualquiera) la encarnen los actuales ministro de exteriores y presidente. Me duele que se rían de ellos allá por donde van, pues, para mi desgracia, también lo hacen de mí. ¿Hasta cuándo?
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