El presidente de Ryanair, Michael O´learly, ha propuesto prescindir de los copilotos en sus vuelos y argumenta que de esta forma se ahorraría una fortuna y la empresa mantendría su posición como líder europeo de resultados. Los copilotos son caros, y no realizan ninguna función destacable. En palabras del directivo, se limitan a que el piloto no se duerma sobre el panel de control. Ahí es nada. Meterse en un avión y rezar para que al que lo conduce no le dé un jamacuco y se quede seco.
Aunque bien mirado, la idea no es mala si la extrapolamos a otros ámbitos empresariales y la aplicamos a rajatabla en política. Sólo hay que ver la cantidad de altos directivos de empresas que cobran auténticas barbaridades por no hacer absolutamente nada y que con su jubilación se podrían comprar un par de islas. Y si nos detenemos en el desorbitado e insultante número de cargos públicos y asesores que invaden las distintas administraciones veríamos que el ahorro ocasionado al mandarlos al paro bien podría compensar lo que se intenta expoliar de las pensiones. Observando la categoría profesional de estos políticos de medio pelo que en ocasiones no conoce ni su secretaria y la función que desempeñan, alcanzaríamos la inevitable conclusión de que sobran, sobran y vuelven a sobrar. No sirven, y a las pruebas me remito, ni para despertar de su letargo al piloto que gobierna la nave del Estado: personaje que más que dormirse sobre el panel de control se ha muerto encima de él inutilizándolo. En barrena caemos hasta que alguien cualificado retire el cadáver político y asuma el mando. Digo yo.
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