Qué duda cabe de que el paro es el principal problema con el que se enfrenta la economía española: un mal que está alcanzando cotas en las que la marcha atrás se puede convertir en algo imposible, en algo que hundirá irremediablemente el futuro del país. Para que no se me llame catastrofista, intentaré explicar qué me arrastra a esta conclusión.
Un adolescente recibe las críticas de sus padres por sus malas notas, por su actitud ante el estudio, por su absoluta desgana. Mientras le dicen que mire a su primo, a su hermano o al vecino, lo bien que saca los cursos, las calificaciones que le llevarán a estudiar una ingeniería, el chaval se parte de risa. Sorprendidos y molestos por la reacción de su hijo, le reprimen con más dureza. Éste, muy tranquilo, les interrumpe y les responde: “¿para qué sirve sacar buenas notas? ¿Para qué os ha servido a vosotros? ¿Para ser titulados en el paro? ¿Para tener un currículo más grande que los demás de la cola? Cuanto más sepas, más te tiene que pagar quien te contrate. Para llevar pizzas no necesitan ingenieros ni abogados, quieren basura barata a la que explotar, gente que no pueda protestar. Yo, con un módulo de lo que sea o, incluso sin él, tendré más oportunidades de sobrevivir que mi primo con el doctorado de derecho. Esta es la realidad: miro a la calle y lo único que veo es gente joven preparada, licenciados y titulados universitarios que no consiguen nada de nada. Esto es la que nos estáis cocinando y si pensáis que los que venimos detrás vamos a levantar esta ruina, ofrecernos algo de ilusión o la lleváis clara. No hay futuro”.”
Demagogia de la mala, ¿verdad? O quizás no lo sea. Puede que estemos ante el final de todo. Hoy en día, los jóvenes que acceden al mercado laboral tienen las puertas del mismo cerradas y aquellos afortunados que encuentran algún trabajo en el que demostrar su valor y capacidades se ven recompensados con salarios miserables por duras y largas jornadas. Esta generación lucha con fuerza por abrirse paso, pero el sistema les ha puesto el pie encima y los tiene inutilizados. Pero el auténtico problema radica en los que vienen detrás de ellos, los que aún están, con suerte, en secundaria. No hay nada que les motive a pelear, a estudiar, a formarse. No tienen ni ilusión ni ganas, no existen las vocaciones, no hay un premio en la meta para el que consiga llegar.
El problema no es el paro actual, de por sí desgarrador y cruel. El problema es que los que empujan no tienen un hueco donde vivir, no se sienten parte de este desastre. Son carne de miseria. Y, posiblemente, algún día se radicalizarán hartos de soportar un mundo que no han elegido y se alzarán contra él….Lo estamos haciendo muy mal.
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