No lo entiendo. Aunque, seguramente mi incomprensión es debida a que no soy catalán, a que no pertenezco a un estado tan salvajemente oprimido como Cataluña, tan duramente sometido a la represión y al abuso por parte de un gobierno central totalitario como el español. Por eso no concibo que sea el catalán, y sólo el catalán, el único idioma en el que expresarse en comercios y negocios, bajo advertencia de serias y cuantiosas sanciones (esto es una barbaridad).
Este apartado del Código de Consumo de la Generalitat, en otros aspectos bastante positivo, además de apuntalar el natural deseo independentista, vulnera una serie de principios básicos y fundamentales del juego democrático. Sin tener en cuenta la patada que le propina a varios artículos de la Constitución (esa feroz enemiga de Cataluña), pisotea lo más sagrado que puede existir en una democracia, aquello que la diferencia de una dictadura: la libertad. Para expresarse, pensar, sentir y opinar, sin que te cosan en la ropa un distintivo o te pinten la fachada del negocio con un lema que te identifique como distinto.
Catalán y castellano pueden, deben coexistir en paz, sin persecuciones en uno u otro sentido. Si se busca la igualdad, la solidaridad, la libertad y la democracia, y se tiene en cuenta que muchos son los catalanes de nacimiento y corazón que se expresan en castellano y sienten en castellano. Entonces, ¿Por qué acosar al que es como tú? Si el tema en sí es venganza o una limpieza étnica, mal asunto: ya se conocen las consecuencias. Ahora bien si de lo que se habla es de una pataleta por el estatut, peor: la casta política vuelve de nuevo a manipular en beneficio propio ilusiones y deseos. Pinta mal la cosa. Se nota que hay elecciones cerca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario