Es un problema y de los gordos. Mariano Rajoy se enfrenta en la Comunidad Valencia ante una decisión de las importantes. Apoyar a Camps y Ripoll, los dos en el mismo paquete, o defenestrarles. El uno y el otro irán juntos en la opción a tomar: saben desde Génova que no pueden desdeñar a uno sólo o, lo que es lo mismo, confiar en un inocente, cargando de culpabilidad al otro. Camps y Ripoll, sospechosos, imputados, investigados por la Justicia. Pero fuertes, con un gran respaldo popular, con la simpatía de muchos que los prefieren a ellos antes que a cualquiera de los que aparece por el PSOE. Así dicen las encuestas, así opina la gente: mejor que te gobierne uno que ya sabes que es un chorizo, a que venga otro de la cuerda del que manda en el país, igual de inepto y de torpe.
Otra cosa es que desde el PP nacional se valore la ética. Imposible. Este término, en política, no existe. Es absurdo hasta mentarlo. En el juego de poder, la casta política utiliza toda la suciedad que puede, no le importa nada que no sea conseguir sus objetivos. Moral, lógica y razón murieron hace tiempo. Porque si vivieran, ninguno, insisto, ninguno de los que está en las cúpulas del gobierno (local, autonómico o nacional) pasearía sus vergüenzas delante de nosotros. Así nos va.
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