Somos así. En España se condena a un mantero a cuatro años de cárcel, a la vez que se permite que un engendro social como el Rafita campe a sus anchas delinquiendo a placer. Este sujeto, asesino desalmado de Sandra Palo, cumplió cuatro años encerrado y tres de liberad vigilada. Ese es el precio que se paga por matar con crueldad y ensañamiento en este país. Ahora, cuando ya le han vuelto a detener más de media docena de veces, pasea por la calle robando lo que puede, viviendo una vida que no le pertenece. Esta es la reinserción que el sistema ofrece; el criminal sin escrúpulos paga una pena de risa y sale a la calle para continuar con sus andanzas, riéndose a carcajadas del resto de la sociedad.
Los políticos están, entre otras cosas, para legislar: tienen la misión de conformar un entramado legal justo que proteja al ciudadano frente a cualquier agresión. No se comprende una situación como ésta, en la que un animal mortal queda impune por robarle la vida a una niña, y se dedica a continuar haciendo daño. Aquellos que tienen el poder que les otorgan las urnas deben centrarse en evitar, entre otras, esta barbaridad, este atentado contra la razón y la más elemental lógica, dejarse de tonterías y cumplir con el trabajo por el que cobran un salario que no se ganan, y establecer una ley que impida que monstruos como el Rafita disfruten de una injusta e inmerecida libertad. Máxime cuando el sujeto en cuestión ya ha demostrado con creces que lo de reinsertarse no va con él.
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