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Ni tanto ni tan calvo. Ni empezar una cruzada contra el infiel agareno que osa, alfanje en mano, atentar contra la España una, grande y libre, ni esperar a que pase el tiempo, las cosas se suavicen y el “lo haces tú, no, mejor que vayas tú, que te van a hacer más caso, bueno iré mañana sin falta”. Ni lo uno ni lo otro. Melilla se merece seriedad y rapidez, cosas que desde Gobierno y Oposición no se muestran
Esteban González Pons llama a las armas mientras Moratinos está desaparecido en combate: parece Armada, que ni estaba ni se le esperaba. Todo en manos de Rubalcaba que tiene como misión amargarle el cumpleaños al pobre de Mohamed VI. Este demócrata monarca a lo mejor esperaba como regalo la entrega de la ciudad en una bandeja, como si se tratara de la cabeza de Juan el Bautista. Igual le da una pataleta y rompe los vidrios de alguno de sus palacios cuando vea que no, que Melilla no se rinde (ha sonado a Alcázar de Toledo). Porque, supongo, que Melilla y Ceuta son innegociables sobre cualquier mesa, y eso es lo que el Ministro del Interior va a comunicar con firmeza, ¿no? Otra posición nos llevaría por el camino de una traición con mayúsculas.
El problema no está en la veintena de mafiosos chantajistas que bloquen la ciudad. Lo preocupante es la actitud permisiva de las fuerzas de seguridad de Marruecos hacia estos sujetos: esta forma de no actuar invita a pensar que el que mueve los hilos no es otro que el señor feudal del Reino alauí. Y es a él a quien nuestro gobierno, lento y cansino, debe dirigir sus planteamientos diplomáticos y usar la palabra hasta que se llegue al entendimiento o se agote. Y si esto último ocurriese, si Mohamed VI continuase con su extorsión, sería momento de otras cosas. Hasta entonces, confiemos, aunque nos cueste, en una pronta solución.
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