Planteémonos un juego. Vamos a situar un grupo político que no sabe cómo vencer ciertas elecciones. Los argumentos que puede presentar para tal fin son un auténtico desastre: este grupo controla el país y su política ha conducido a éste último a la debacle económica, además de provocar con sus erráticas decisiones un retroceso impensable en los avances sociales. Es entonces cuando, acorralado por sus errores, su líder y máximo responsable del desaguisado, pues es él quien controla el poder ( no sería justo obviar en este punto a su cohorte), maquina una gran estratagema de alta política. Sabedor como es de que, debido a su traición, sus seguidores le van a dar la espalda castigándole y no van a secundar al candidato que presente, sea cual sea, se inventa, es un decir, un rival interno dentro del propio partido. Para eso debe sacrificar a uno de los suyos, en este caso una, y entregarle a unos militantes hastiados por su forma autoritaria y personal de dirigir la formación política, a sabiendas de que van a verter en ella su enojo. El supuesto adversario consigue aglutinar en torno a su persona las voluntades y simpatías de los defraudados y provoca un rebrote en los sentimientos que fortalece la posición de su partido. El simpatizante fiel no falla nunca, pero hay que recuperar al votante que se ha visto obligado a abandonar sus sentimientos a causa del felón comportamiento de aquellos en quienes confió. Se convierte, en consecuencia en un poderoso oponente, con una gran imagen de independencia con respecto al jefe dominante, y muy capaz de ganar el pulso de las urnas. Sin embargo, detrás, en la sombra, el que mueve los hilos ríe ya que en el fondo todo es una gran mentira.
Traslademos, si les place, el escenario expuesto a la Comunidad de Madrid y quizás los mal pensados nos encontremos ante una farsa más que añadir a la colección de embustes y manipulaciones. Verán: yo, cuando hay políticos de por medio, y encima los que hay son éstos, no me fío nada, nada, nada. Prefiero salir corriendo antes de que me la líen.
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