Van los terceros, aunque en ellos está el origen de lo que ocupa la primera posición y, sobre todo, son los responsables directos de lo situado en segundo lugar. Me refiero a la clasificación de la encuesta última del CIS, en la que los españoles han establecido cuáles son sus mayores preocupaciones. Como no podía ser de otra forma, el paro se lleva la palma (ya hay más de un millón trescientas mil familias con todos sus componentes sin empleo). A continuación, los problemas económicos, consecuencia directa de lo primero. Y, en un meritorio tercer puesto, andan ya, estableciendo sus argumentos con fuerza, los miembros de la casta política. Este infame colectivo, con su oscuro comportamiento y su nula capacitación, provoca paro y destruye la economía.
La sociedad española cada vez habla más claro: no nos fiamos de los que nos representan, no creemos en aquellos que un buen día elegimos para que nos traicionaran. El mensaje dirigido hacia los profesionales políticos es nítido y contundente: que cojan sus bártulos y se marchen lejos, muy lejos, donde no puedan seguir haciendo daño. Pero, hete aquí que nos tropezamos con una generación de sordos de conveniencia, que oyen lo que quieren, y de sinvergüenzas sin escrúpulos que se resisten a abandonar el lucrativo negociete que han montado con sus colegas de tropelías.
Son unas encuestas cuyos resultados los interpreta cualquiera y que en un país normal con políticos normales y un pueblo un poco más inquieto que el nuestro, más preocupado en otras cosas, tendrían unas consecuencias que ya quisiera yo para España. Pero aquí, por el momento, seguimos tragando quina.
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