lunes, 9 de agosto de 2010

Dictadura infantil

Tenemos dos hijos maravillosos: un niño de cuatro años, energía pura en continuo movimiento, y una preciosa señorita de diez que ha crecido como el tiempo en el que vivimos, saltándose a la torera su infancia y estableciéndose invasivamente en lo que ahora llaman pre pubertad. Todo lo que hacemos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos tiene como destinatario su bienestar. Peleamos, como el resto de padres y madres, para que ellos no sufran, para que a ellos no les falte nada de lo necesario para vivir con dignidad. Incluso, cuando las circunstancias lo permiten, algún capricho que otro les otorgamos Encima, no tenemos la suerte de poder contar con la inestimable ayuda de los abuelos, por lo que nos zampamos todo solos. Son nuestros hijos y nuestra vida les pertenece.
He aquí que llega el verano, y con él, las vacaciones de los hijos. El colegio descansa en su actividad educativa, y la formación ininterrumpida que los niños requieren pasa a ser labor única y exclusiva de los padres. Para eso estamos, ¿no? Ellos no pidieron nacer, y es nuestra responsabilidad que crezcan tal y cómo demandan. Y en esto de exigir, los hijos son inflexibles: lo quieren todo, sin escatimar, y lo quieren de golpe. No existe el racionamiento, solicitan condensar en unos días lo que, por el trabajo y la vida que llevamos, no les damos el resto del año. Papá y mamá son ahora instrumentos para lograr la felicidad, juguetes irrompibles que manejar y por los que competir. No se les puede fallar, pues no lo entenderían. De seres humanos pasamos a posesiones, vehículos con los que y en los que descargar todo su potencial, elementos indestructibles y todopoderosos que sirven para realizar sus deseos. Ahí es nada. Nos ven como máquinas productoras de sueños y juegos a las que controlan. Establecen su gobierno en nuestras vidas, marcan sus leyes, y, por mucho que te rebeles, acaban dominando la situación.
Es una dictadura, ejercida por unos hijos que no saben, ni falta que les hace, lo que cuesta sobrevivir. Ellos, con que estemos a su disposición en cualquier momento, tienen bastante. Todo lo demás, no es asunto suyo. Y nosotros, de una forma u otra, cedemos y nos multiplicamos, y producimos toda la felicidad que somos capaces de generar. Aunque, en ocasiones, no sea bastante. Nunca es suficiente, siempre quieren más. Creen poseer el derecho a ello. Es más, yo diría que de facto lo tienen.

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