Mucho se mueve Mohamed VI: algo pretende el inteligente y taimado rey de Marruecos. Igual de listo que de millonario, cosa curiosa viendo la miseria que golpea a sus súbditos, a los que lanza por mar en pateras y por tierra en los bajos de los vehículos sin importarles su suerte. Tacha de racista a las fuerzas de seguridad españolas en Melilla: quizás quiere provocar una guerra santa y expulsar al infiel español de sus tierras. Como mínimo, calienta el ambiente para ello.
Desprende un hedor nauseabundo la infame y rastrera acusación sobre el abandono de ocho subsaharianos a su suerte. Él, el Rey de las Rocas, que tiene dominado a sangre y represión el Sahara habla de maltratos hacia seres humanos. Es ilógico que haya que respetar sus palabras en vez de juzgar sus acciones: mientras atormenta y destruye a los saharauis su pueblo lucha por una supervivencia que él y varias generaciones más de su dinastía tienen garantizada sólo con la calderilla que esconde fuera de su país. La herencia de su padre se valoró en tres veces el PIB de Marruecos, y él ha sabido multiplicarla con su control absoluto sobre los fosfatos. No respeta la dignidad de los hombres y menos su libertad. Y el que no respeta, no es merecedor de respeto.
Nuestro monarca ha hablado con él: no quiere tensiones fronterizas, pretende evitar el enfrentamiento. Buen intento de nuestro Rey. Pero inútil a buen seguro. Me da la sensación de que lo otra parte está más por la labor contraria: busca pelea y la está provocando. En España diplomáticos hay: a ver si sale alguno y para en seco a Mohamed VI, porque nos la quiere liar. Y Melilla y Ceuta no son el islote Perejil.
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