Melilla se encuentra sometida al bloqueo por parte de grupos organizados que, con la excusa de responder ante supuestas acciones racistas y violentas contra ciudadanos marroquís, han establecido el control mafioso y criminal de las fronteras. No entra pescado, marisco, fruta y verduras, además de otras mercaderías, y amenazan con impedir también el suministro de cemento y ladrillos e incluso detener y paralizar el paso de trabajadores. Son camorristas, hampones que se han adueñado de los pasos fronterizos con el beneplácito y la total permisividad de las fuerzas de seguridad de Marruecos, y con la segura bendición y astuta dirección del dictador del Magreb.
Dos cosas cabe decir como mínimo. Una primera es cuestionarse dónde está el límite de lo que se le puede permitir que haga un país extranjero contra una ciudad que a día de hoy es española, con todos los derechos que nuestra democracia otorga a su territorio nacional. Es decir, hasta dónde la diplomacia va a tragar con un bloqueo contra un pedazo de España por parte de una monarquía feudal, dónde está el punto en el que la acción debe sustituir a la palabra. El rey Juan Carlos ya ha hablado con el Duce marroquí, ya ha dado el paso lógico y oportuno. Pero la situación continúa y, según amenazan, continuará al menos en agosto.
La segunda tiene que ver con la inteligencia y el sentido común de los españoles. Todo este montaje, orquestado sin duda por Mohamed VI (en Marruecos no respira una cabra sin el permiso del Rey, así son las cosas), busca provocarnos, que respondamos violentos, y así de este modo encontrar excusas perfectas para iniciar un conflicto muy grave. No debemos caer en la trampa del ladino dictador, tenemos que ser tolerantes y correctos hasta donde podamos. Pero, eso sí, jamás consentir que atenten contra nuestra integridad. El bloqueo y las amenazas deben terminar de inmediato. Sí o sí.
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