Se le calentó el bocado. Eufórico, excitado ante un público agradecido, José, Pepe, Pepinho, al igual que el humorista malo al que, sorprendentemente, le ríen los chistes, viendo que su mensaje calaba en el respetable desplegó su ácida y original verborrea. Después de un fin de semana dedicado a linchar públicamente al torpe, torpÍsimo e impresentable alcalde de Valladolid por aquello de los morritos de Pajín, José Blanco, inteligente y astuto como una chinche, se desmarcó de la razón y parió la chanza típica y homófoba de los plumeros, deteniéndose cual maestro del humor en el de Rajoy, para regocijo y risas del rebaño de descerebrados que acompañó la burla con aplausos. Imagino que entre estos últimos ni Cerolo ni González Sinde estaban presentes, aunque debido al nivel de peloteo del PSOE sordos se iban a hacer a buen seguro.
Si por la barbaridad de los morritos de la Ministra de Sanidad casi se cuelga de los pulgares al primer edil vallisoletano, por su manifestación al señor Blanco habría que hacerle tres cuartos de lo mismo. Tanto el uno como el otro carecen de justificación, deben pagar por su error. Pero en este país hay distintas varas de medir, según quién sea el adán que meta la pata. A los miembros de la Corte Imperial se les permite todo y sus excusas son válidas. Al resto de los mortales, a los genéticamente distintos, a los tontos de los cojones como dice aquél, grilletes y al calabozo. Los privilegiados que poseen bula gubernamental campan a sus anchas como una mala plaga y se creen con derecho a todo. Es hora de ir parándoles los pies. En especial al casi abogado, que cada vez que abre la boca sube el pan. O todos moros o todos cristianos.
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