El Ejecutivo de Zapatero ha firmado con el PNV y Coalición Canaria un acuerdo de estabilidad que va a permitir, si la cordura no lo impide, que el presidente actual del desgobierno acabe la legislatura. Estabilidad económica, política e institucional dicen que va a proporcionar el acuerdo. Estabilidad. ¿Para quién? ¿Para los mismos que han desestabilizado hasta derribar el estado de bienestar? ¿Para aquellos malos profesionales que no han sabido guardar cuando había y que ahora escarban donde no hay? ¿Para los impresentables que nos han hecho retroceder varios lustros en nuestro desarrollo social y económico? ¿Para los ineptos que basan sus proyectos en la suerte cuando éstos no son ordenados e impuestos desde los socios de la Unión? Porque no será para muchos españoles que la buscan en el empleo, en el trabajo digno y justamente remunerado, en la protección social, en una jubilación decente y suficiente, etc.
Esta porquería es lo que me hace renegar de muchos políticos y del sistema que tienen montado. Todos tienen un precio, todos son piezas codiciosas propensas a ser compradas, a obtener un beneficio a cualquier coste. Los representantes de cuatrocientos sesenta mil españoles, de los cuales el veinte por ciento está en el paro, han visto la posibilidad de conseguir para sus territorios traspasos, transferencias, dinero en definitiva, y no han perdido la oportunidad. Lo que ocurra después al resto del Estado les importa un comino. En esta España de sálvese el que pueda, en la que la solidaridad directamente no existe y en la que la división es una realidad tangible, PNV y CC han decidido llevárselo fresco antes de que se pudriese o de que algún que otro espabilado se les adelantase en el reparto (¿reparto de qué?).
Se puede llegar a entender, que no compartir, la idea de que la ocasión es propicia para los nacionalistas vascos, y no deben desperdiciarla. Incluso asumir como en cierto modo razonable que los canarios aprovechasen la coyuntura. Pero que nos sigan tomando por tontos es intolerable. Si quieren y ven provechoso, que lo es para ellos, el pactar con aquél que está destruyendo el país, convirtiéndose de esta forma en cómplices, que lo hagan. Pero que se dejen de decir sandeces y de intentar timarnos y engañarnos con el asunto. Los señores Alonso, parte contratante de la primera parte, y Urkullu, parte contratante de la parte contratante de la primera parte deben por conciencia y dignidad dejar de vender el acuerdo como si de la piedra filosofal se tratase.
Manifestar que es “satisfactorio para todo el mundo” es además de estúpido, mentira, y atreverse a mentar la estabilidad en una España concursal y desempleada es una temeridad y una ofensa, señor Alonso. Por su parte, señor Urkullu, disimule usted un poco y no se recochinee con lo de la “puerta a un nuevo tiempo político” porque dicha puerta se va a abrir sólo para usted que va a pasar, si me permite que se lo diga, de no pintar nada a cortar el bacalao. El resto continuaremos en el mismo pozo en el que nos hallamos.
En conclusión, pacten y pacten, encámense y retocen juntos hasta al apocalipsis final si es ese su deseo. Pero dejen de insultarnos. Guárdense sus alegrías para ustedes y aparquen las chorradas, que no está el horno para bollos. Y si no lo entienden, quizás con un ejemplo lo vean más clarito. La situación es idéntica al reparto de una herencia, en la que dos de los hermanos se llevan lo que le quedaba al muerto y el resto a mirar el palomo. Aquí el difunto se llama España. Entenderán pues que desde la ruina no se les aplauda su bonanza. Porca miseria.
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