El coro de pitos y silbidos de la Guardia Civil obsequió a Rubalcaba con un preámbulo de lo que le puede esperar al presidente del gobierno y los miembros del mismo que asistan junto a él al desfile del día doce de octubre. Podrá mirar hacia otro lado, como casi siempre, y disimulando, disimulando, aparentar que la cosa no va con él. Luego ya se encargará de decir que las protestas son normales, que no hay que darles más importancia ya que provienen de un reducido número de asistentes del público, seguramente pertenecientes todos al entramado de una conspiración fascista contra la democracia. Y, después, a seguir como si tal cosa. Por un oído entra y por el otro sale.
Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado están de la política de Zapatero hasta el gorro (algunos, hasta el chapiri). Aguantan carros y carretas, más de lo que jamás en la historia de éste nuestro país han soportado, y cierran filas en torno al monarca español y al sistema democrático. Ojalá duren así mucho tiempo, dejándose avasallar por políticos incapaces de ver más allá de sus propios intereses, y mostrando su disconformidad sólo con música de viento. Ir más lejos de esto serían palabras mayores, y asustan un poco. Los militares españoles no quieren líos, aunque algunos ya consideren que les están faltando el respeto en demasía. Miedo da
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