Menuda semanita que llevamos. Tanta movida sindical, tanta manifestación, tanto piquete pacífico avasallado por legiones de seguratas descontrolados, tanto discurso revolucionario y tantas declaraciones, entrevistas y alardes de políticos y sindicalistas de alta escuela y elevada formación son suficientes argumentos para agotar a cualquiera. Y de postre, el domingo se disputa el derbi madrileño entre Tomás Gómez y Trinidad Jiménez. Los que saben de esto cuentan que del resultado del enfrentamiento se desprenderán consecuencias fundamentales para el devenir futuro de España. Bueno, importante será seguro, más que nada por la cara que se le quedará al jefe según sea el resultado. Pero yo soy de los bobos que piensan que todo es una receta de botica, un complejo vitamínico destinado a revitalizar sentimientos hastiados, asqueados y aburridos por continuas y continuadas felonías. Así que me importa poco quién dispute a Esperanza Aguirre la Comunidad de Madrid. Eso sí, una cosa tengo clara: si tuviese la opción de elegir, me aseguraría primero de saber a quién apoya el sabio ugetista Martínez, José Ricardo, no fuera que no coincidiéramos en los gustos y me dijera eso de sé quién eres, sé dónde vives y sé dónde trabajas. Pero no porque me dé miedo, no. Básicamente, para no morirme de la risa.
Volviendo al tema, que se me va la pinza, esto es un no parar. Alguien dijo, no recuerdo bien quién, que si el hombre no se preocupa de la política, ésta es la que se ocupa del hombre. Y a fe mía que acertó, porque ya hablan de ella hasta los niños de primaria, llena nuestro tiempo y entretiene que es un primor. El caso es que no ha habido ni un momento para el solaz y el relajo, para disfrutar de los pequeños vicios. Ni siquiera un rato para tomarse una cañita en el bar de las Cortes Valencianas, una cervecita de esas baratas y subvencionadas con cargo a los impuestos. Digo yo que muy mal deben de ir de pasta y peor de la cabeza los diputados autonómicos para atreverse a gorronearnos tapas y vino con lo que nos esquilman. O eso, o destilan una jeta de campeonato. Dieciocho mil vergonzosos euros que bien se les podrían atragantar…
Nada, que no. Que hoy va a ser que no. Vamos, que no me salen las palabras. Me parece que ando algo espeso porque enseguida se me escapan las ideas y acabo por no escribir nada coherente, sólo estupideces, ¿verdad? Será que estoy cansado... Eso será… Claro, la deuda me agobia, nadie cree en mí, las Sicav se piran, los sindicatos no me quieren, cinco millones de parados me colgarían del pescuezo si tuviesen la oportunidad, miento más que hablo,…
¡Anda la leche! Mejor lo dejo, porque ya ha entrado en mí el maligno, me ha poseído y no controlo. ¡Sal de mí, Calimero!
Nota para los más jóvenes: Calimero es o era, según se mire, un desgraciado pollo negro, con una cáscara de huevo por montera, y al que no quería ni Dios. Rima con Zapatero, pero eso sólo es una casualidad.
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